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ESCENA III.
Tegualda sola.

¿Y por qué no la sigo? Una potencia invisible parece retenerme, aconsejarme que me quede; otra me compele á huir de este sitio, á salir al encuentro de Tulcomara. ¿A cual de las dos obedezco? A la que á los brazos de Tulcomara pretende arrojarme—á ésta sigo. (Váse).

ESCENA IV.
(Pasa un joven corriendo, llevando una doncella en los brazos. Síguele una multitud de mujeres y niñas, armadas del mismo modo que las de la primera escena de este acto; todas gritando y formando una confusa jarana, distinguiéndose las exclamaciones):

¡Retenedlos! ¡Atajen! ¡Atajen! ¡Alcanzad al raptor? Quitadle la doncella! ¡Atajen! ¡Devolvédsela á los padres! ¡Que no se la lleve! ¡Corramos! ¡Alcánzalos, Clenclén; no mengües con tus hechos el nombre que llevas! ¡Ya los alcanzamos! ¡La macana y la maza, aplicadlas á los hombros del fugitivo!-(Apenas pasaron, entra Tulcomara).

ESCENA V.
Tulcomara.

Feliz pareja, sea Domuche contigo. Te envidio. La envidia que siento hacia tí, séate débil prueba de la realidad de tu bienaventuranza.—¡Cuánto es verdad que la intensidad de la dicha se avalúa por el número de envidiosos enemigos, que al dichoso, que por feliz sabe tenerse, rodean, asechan y á talar pretenden. Soy infeliz, pues es verdad que no tengo ni envidiadores ni enemigos, ya que ni dicha tengo ni amigos. Hubo sí, pocos instantes hace, un breve rato en que me creía feliz, el más colmado de felicidad en todo el mundo. Mas fué la felicidad que yo en mí sentía, tan magna, tan potente que yo muy débil era para retenerla. A una fuente fuí, querencia del amor, á coronar mi dicha con inmarcesible azahar; pero no la coroné, nó; no pudo ser; me hubiera sofocado tanta felicidad. Me ví burlado, se trastornaron en mí las pasiones. Se enfriaron unas y se