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encendieron otras. Pero no está aún concluido ese cambio dentro de mi pecho. Hay combate todavía aquí, aquí (golpeándose el pecho), y yo soy indolente espectador de los combatientes que nacieron de semilla que aquí sembrara aquella hechicera, que por Hueñuyún quería pasar. Fuí por lana y salí trasquilado. Quise robar y me robaron. A esta fuente me aconsejaron venirme, y habría rapto. Vine á la fuente (riéndose) y hubo rapto; mas no fuí raptor yo; fuí simple espectador. Te agradezco tu buena voluntad, oh secular Mareguano; mas si á trabajo mejor me hubieras mandado, mas deudor tuyo aun me sentiría.—Cansado estoy. En este poyo me siento—¿A qué vine? ¿A querellarme? á meditar sobre la instabilidad de las cosas de este mundo con amarga ironía? (Se levanta). No, Tulcomara, no te cuadra este traje con que tu alma se revistió. ¡Alerta! Lanza de tí, oh corazón, la careta que te pusiste y quede sólo el disfraz que mi cuerpo lleva.—¿Me conocerá por ventura? El encuentro lo dirá—¿Qué me decía el ulmén al concederme su hija? No recuerdo bien. (Meditabundo). Sí, así fué. Que me la daba, me dijo, si yo podía conservar el corazón mío libre de celos. ¿Pero son los celos acaso los que me indujeron á venir acá? No, yo estoy seguro de que Tegualda no ama sino á mí. Pero aquella difamación, proferida por la que diosa se nombraba, no puedo dejarla impune. Como juez imparcial, libre de preocupaciones en contra de una ú otra parte, he de tentar á Tegualda, la parte acusada aquí, antes que pueda condenar á la calumniadora. Certeza, nada más que certeza es lo que quiero. Es pues la incertidumbre y no los celos, lo que me apremia á hacer investigaciones en el palenque del amor. ¿Mas si aquella hechicera hubiera dicho la verdad? ¡Ah! entonces ya no habrá para mí en el mundo cosa digna de respeto; que se sumerja Lauquén, que estalle todo el mando, ya que no tiene interes para mí. Entonces te mostraré, canoso ulmén, que al pecho de Tulcomara no cuadra sólo el amor, sino también el resentimiento sedicioso de talión y de venganza.—Son hermosas las campiñas de Arauco. Es este valle una joya de bienestar, felicidad y contentamiento. Semejan lagos tranquilos que blanda brisa hace undular ligeramente, los campos todos, que, ricos en pastos para los siervos irracionales del hombre y llenos de sembradíos, sellos venerandos de la laboriosidad de sus dueños, á mi extasiada vista se ostentan. Son fértiles estos campos á fuerza de ríos caudalosos que los cruzan, y lagos que lucientes espejos pare-