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cen ser de plata refulgente, á quien de marco sirven arbustos que, agobiados por el peso de primorosas flores, bañan de continuo la punta de sus ramas en el líquido que blandamente los empapa y refresca. Son los árboles de sus montes gigantes añosos, entorchados de plantas trepadoras llenos unos de fruta comedera y otros de suma utilidad después de muertos, y todos llenos de vigor inquebrantable, cual lo percibo en la gente que acude á ellos en busca de regocijo y descanso después de duras faenas y divertidos ejercicios corporales que vigor dan al cuerpo y al espíritu. Y hermosos son los bosques de Arauco desde el soberbio Butaleubu y el salto maravilloso del Laja hasta las risueñas orillas del Toltén y el lago que á esta rica ciudad está bañando. Son las selvas araucanas una sala inmensa de millares de pequeños aposentos en que cantan y se llaman recíprocamente con canoros y dulces sonidos infinidad de ligeros huéspedes alados. Son nidos también las rucas en las cercanías de los ríos, fuentes y lagos de Arauco, perdidas en un mar de flores, hortalizas útiles y árboles frutales y llenas de una prole robusta, sana y alegre. Sí, son bellas las comarcas de Arauco, que dicha me prometieron, cuando llegué. Pero no, no pudo ser duradera esa felicidad; demasiado grande hubiera sido para mí tal dicha, felicidad tan magna. Y es fornida, gallarda y hermosa la gente de los butalmapus de Arauco; pero es la más hermosa la de Boroa, que aquí en esta ciudad se ha aglomerado. ¡Qué dicha hubiera sido para mí vivir entre ella! Pero no, no pudo ser; demasiado grande hubiera sido para mí tal dicha, felicidad tan magna. Y este lujo en la vestidura. Trajes se ven aquí de colores diversos, primorosos como no se ven más lucientes en las demás provincias de Chile. Y con rica pedrería, con oro y plata engalanadas las casas y sus pobladores. Y son joyas también las doncellas, y es la joya más lucida mi Tegualda. ¿Mia? No, no pudo ser; demasiado grande habría sido tal dicha para el pobre Tulcomara. No existe la Tegualda que yo me había figurado haber encontrado en Tegualda.

ESCENA VI.
Tulcomara. Entra Tegualda.

Tegualda. Aquí está, ¡Tulcomara! No es. ¿Quién eres tú?