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Tegualda. Pillán me oye; él castigará á quien de nosotros perjuro se trocare. Llamo pues á Pillán como testigo y te prometo concederte lo que me pidieres, si donde Tulcomara está, me llevas.

Tulcomara. Juraste. Los dioses te escucharon. Lo que de tí quiero, no te hará pobre á tí, pero sí hará de mí el más rico de los mortales. Dame un abrazo.

Tegualda. ¡Ah! qué voces! Cual si candientes piedras fueran, entran á mis oídos las palabras de este hombre! ¡Oh Pillán! considera que débil muier soy. No concentres sobre mis hombros todas las desgracias que en el mundo se acumulan; cesa de atormentarme. Ya desfallezco. Valedme oh dioses! Hueñuyún! Líbrame del poderío fascinador de este hombre.

Tulcomara. ¿Ayuda ajena quieres? No la creo necesaria. Haz de mí lo que quieras. Ninguna resistencia pondré á cuantas castigos tuvieres á bien otorgarme. Ahógame en esa fuente, si así te agrada; yo mismo sumergiré mi cabeza, hasta que tú tus propósitos hubieres alcanzado. Entiérrame vivo; ayudaré de buena voluntad cavar el hoyo respectivo, me pondré adentro yo mismo, y no tendrás más trabajo que taparme con la térrea capa que el aliento ha de quitarme. Pero al matarme, considera, que también matas á aquél á quien salvar debieras. No la muerte mía, mas la que en Tulcomara cometes, la vengarán los dioses.

Tegualda. Tulcomara, ya te socorro. (Quiere irse; pero vuelve). Ven, sé mi amigo. Compadécete de las lágrimas de una mujer que ama. Baste de regocijos para tí, si regocijos viniste á buscar en el martirio mío. Vamos, vamos a salvarle, que ya demasiado tarde será tal vez. Ven, sígueme.

Tulcomara. Lo que exijo de tí, no te hace menos rica, y no obstante no quieres dármelo. No quieres cumplir con tu promesa. Perjura y homicida quieres ser, mas no amante novia, que para la consecución de su amado objeto no perdona ni los más onerosos arbitrios. Es proporcional la maguitud de tu delito á la fácil adquisición de los medios conducentes para evitarlo.

Tegualda. ¡Oh dioses! no puedo más. Colmaos de gozo; y cólmate tu también, personificación de la perversidad, que ya fallezco á fuerza de vuestro comportamiento.

Tulcomara. Tu, Tegualda, hija del ulmén, perjura, homicida, fratricida, ¿no son magnificos estos atributos? ¡Que bien te cuadran! Sacrifica, sí, á tu esposo, mas no sacrifiques tu pertinacia en aras de la diosa Obstinación. Me voy pues,