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He cumplido la orden que se me había dado; renuncio á la recompensa. Aléjome.

Tegualda. (Siguiéndole). Gualebo, Gualebo, ¿adónde vas? Te sigo. ¿Renuncias, dices, de ta denigrante exigencia? Te sigo agradecida y juro que pronto verás los efectos de mi agradecimiento para contigo. Corramos. Apresurémonos, aun estará con vida; y si muerto estuviere ya, con mis llantos lo volveré á la vida, á mi vida, á nuestra vida, á la bienaventurada vida de Tulcomara, de Tegualda y de ti, mi Gualebo. Vamos pues.

Tulcomara. Yo no, doncella. Bien conoces mis condiciones que á tu bien pueden llevarte

Tegualda. Sea pues lo que me pides. Aquí mis brazos abiertos están. Arrójate á ellos.

Tulcomara. No, Tegualda; así con tétrica mirada, con ceño enojoso no te quiero. Yo quiero que me abraces con semblante risueño, que repose mi cabeza en tu seno y que toquen tus labios, que del copihue el color ostentan, estos labios mios que á la dicha llamándote están.

Tegualda. (Con ironia). ¡Ah! valiente guerrero. Buscas gloria, buscas deleite, donde no hay peligro. Bravo mozo. Pero he oído decir, que valor que ante una débil mujer se pavonea, se acobarda al hallarse en lances que algún peligro presenten. Quisiera saber, si es verdad, ¡Glaura! Glaura!

Tulcomara. Es en vano tu clamoreo. Persuádete de que nadie te oye. Mas ya me compadezco de tí: voy á minorar mis exigencias. No es lícito que la mujer directamente busque á hombres; permite que yo te abrace, y te conduciré á aquella cueva infernal, domicilio nefando de bichos endemoniados. Pero carialegre quiero verte. Resuélvete pronto, mucho tiempo ya ha desperdiciado tu obstinación. ¿Quieres ó no que te abrace?

Tegualda. El coronamiento faltaba aun á lo que hasta aquí en mí obraste. Corona con la aureola conveniente á tu valiente comportamiento. Aquí me tienes, presa de tus insanos conatos. Haz de mí lo que puedas justificar ante el ideal, según el cual tú tu vida reglas. Con la sonrisa en los labios ve pues ante tí á una víctima que el golpe de gracia del verdugo aguarda.

Tulcomara. ¡Qué gracia, Tegualda! Y ese golpe de gracia que hermoso golpe de vista para mí. Ahora sí, Tegualda, que tú te presentas á mis ojos sin difraz; cúmpleme pues á mí dejar también á un lado el difraz que yo me puse, para convencerte. Te conocí, conóceme tú también.