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Tegualda. Demasiado honor sería para mí el presentarme con un mozo tan gallardo.

Tulcomara. El colmado de honor sería yo, si tú te dignares ir conmigo.

Tegualda. Vamos pues.

Tulcomara. Pero yo el esposo, y esposa tú.

Tegualda. Como quieras; estoy pronta para servirte.

Tulcomara. Pero con esa profusión de pedrería no está en armonía el rostro cubierto con un velo que si no me engaña la vista, es de simple musgo hecho.

Tegualda. No desprecies este velo, ya que no desprecian coloridas piedras trasparentes, ser por él envueltas.

Tulcomara. Y las más lucidas que en Chile se producen. Esta verde esmeralda, que cual agua de mar petrificada relumbra, de Coquimbo procederá, y de ahí mismo esotra, en que la diafanidad azul del cielo se refleja. De amarillo claro ésta, es de las márgenes del Mapocho; esa colorada á Talca tendrá por patria. Ambar negro y amarillo, en llancas trasformado, blancas opacas perlas lustrosas de la costa del mar y turquesas de Copiapó también veo aquí. Esta empero, que, una gota de purísima agua semejando, todos los colores del arco iris reverbera, es entre todas la más bella, así como tú la más bella debes de ser de entre las hermosas doncellas que conocí, si este musgoso difraz al suelo arrojas. ¡Quitémosle! Déjame admirar tu donosa cara; pues donosa ha de ser, ya que todo lo que en tí se ve, rebosa en pulcritud. Quitemos el velo.

Tegualda. Oportunamente lo sacaré. Ven pues, esposo mío; vamos á la habitación del ulmén. ¿O te arrepentiste ya de lo que me propusiste?

Tulcomara. ¿Yo arrepentido? Al contrario, mi bella Malguenhueun, más fuerte aun me siento en lo que te propuse. Esos labios sí, que tanta felicidad me están deparando, no los negarás á mi vista. Alzo el velo un poco, un poquito solamente. Ya basta. ¿Soy tu esposo? Dí.

Tegualda. Sí.

Tulcomara. Pues entonces no tendrás á mal, que mis labios á los tuyos toquen. (Tegualda consiente, no haciendo ni el menor movimiento repulsico. Tulcomara quita el velo de la cara de Tegualda). ¡Qué veo! ¡Tegualda! ¿Tegualda tú?

Tegualda. (Sonriéndose). Sí, Tegualda soy, y tu Tegualda; ¿y tú mi Tulcomara?

Tulcomara. ¿Yo? ¿Tuyo? ¡Calla! Yo no sé, quien soy.

Tegualda. Yo sí que sé quien soy. Yo soy Tegualda, la feliz Tegualda, que, siguiendo el consejo de Hueñuyún, recuperó á