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que sus pies en el lago de Lauquén humedecen. Retírate á ellos, hasta que hubieres aprendido también los artificios que hoy menester son para sustentar la vida. Retírate á los nevados volcanes de los inexpugnables Andes, la mansión de todos los que con honor dejaron su vida en este mundo, y permanece ahí, hasta que ese fermento que de países extranjeros nos está llegando, haya consumado su obra de trasformación. Cedamos el mundo á la astucia y la crueldad; yo se lo cedo de buena mente, pues percibo ya el reflejo de la morada celestial de Pillán. Te saludo, mi grata mansión; mi saludo de despedida de vosotros los huincas empero se concreta en una imprecación, que... (Relámpagos y truenos. Vése un arco iris. Mareguano se arrodilla. Gran claridad.)

ESCENA XV.
Mareguano. Aparece Pillán circundado de divinidades.

Pillán. No prosigas. Donde ellos pecan, ahí encontrarán su juez. ¡Levanta!

Mareguano. Humilde posición me conviene ante tu grandeza.

Pillán. Levanta y sígueme.

Mareguano. ¿Yo, simple mortal, seguirte con vida mundana á tu celeste habitación?

Pillán. Asidlo, ponedlo en las andas que trajisteis, y abandonadme; ya mis esforzados siervos sus fuerzas á probar empiezan. (Mareguano es colocado en unas andas de oro y cristal de roca recamadas de pedrerías. Vánse todos menos Pillán. Empieza otra vez á oscurecerse y sucédense truenos y relámpagos á breves intervalos. El fondo se estremece de vez en cuando con sordo ruido subterráneo. Desde el interior de la ciudad se oye música alegre acompañada de canto de muchas personas. Música y canto—éste es bajo, y no se distinguen las palabras—duran hasta que caiga el telón.)

ESCENA XVI.

Pillán. ¡Adiós, Lauquén! No hay ya bienaventuranza para tí sobre la tierra. Reposa tranquilo en el fondo de las aguas, en las que tu te reflejabas en honor y, gloria de tus moradores. Sumérgete. Pero quede de tí el recuerdo vivo en el