conmoviera interiormente, no siendo para él la vida futura otra cosa más que la prolongación de ésta, cargando en su sentido á los que el destino lleva al otro lado de la lejana ribera, con los gustos, apetitos y pasiones que en esta pasajera mansión disfrutaban, como que se compusiera la eternidad de sensualidades sin cuenta y de goces sin límites.—Meten adentro de la tumba todo lo que había sido del gusto del difunto durante su vida. Allí le ponen su chueca, su lanza, los laques, mantas y espuelas, manjares de lo mis exquisito, granos y semillas, para que tenga con que sustentarse, y pasar en el otro mundo la misma vida que en ésta.—Entonces (en los funerales de un cacique) es cuando aparece con todo su carácter salvaje el indómito indio. Este mismo indio, que en tiempo de paz es tan hospitalario, cuerdo, honrado y amante de sus hogares, sale con todo el horror de la naturaleza del hombre poseído de sus pasiones más brutales y bajas. De esto sin duda viene que los chilenos que han militado contra los indios sin haberlos tratado en tiempo de paz, les han cobrado un odio invencible, y los tienen por traicioneros, bárbaros y crueles, sin reflexionar que el indio en tiempo de guerra representa lo que fueron nuestros antepasados antes del cristianismo, y lo que nosotros somos, cuando las pasiones, el egoísmo y la malicia se nos atraviesan. Ignacio Domeyko, La Araucanía y sus habitantes.