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DE MARRUECOS. 403

dañas y nenúfares, En el fondo de aquel verde anfiteatro velamos relucir las blancas tiendas del enemigo, y entre los bosquecillos de las montañas, se descubrian algunas eujalbegadas casitas. La naturaleza estaba en calma , todo en silencio, como si no se halláran dentro de aquel valle dos grandes ejércitos.

Al cabo llegaron á nuestros oidos algunas detonaciones y divisamos una columna de humo en el Montenegron: era que ya los españoles le dominaban; que el paso imposible se habia superado; que la cuestion estaba resuelta. El cuartel general salió al galope, y yo, que aquel dia me encontraba desmontado, emprendí á pié, con la compañia de carabineros, el camino abierto por nuestros soldados.

Era este, como ya he dicho, un arrecife de arena, angostado á la izquierda por las olas del mar, y á la derecha por un escarpe de rocas calcáreas cubiertas de impenetrables jarales, que venian á ser como un valladar de las lagunas. El dia era caluroso; á pesar de que comenzaba el mes de Enero, los rayos del sol de África reverberában en la floja arena, donde se sepullában nuestros piés, haciendo esto que la marcha fuera enormemente fatigosa: et vestigio cedens, eegre molliebantur pedes, que decia Curcio. No pude menos de acordarme entonces de los Hebreos en sus viajes por el Desierto; y euando sentado á la sombra de una roca logré almorzar un pedazo de galleta y un poco de aguardiente que me dió un soldado, comprendí que los placeres de la civilizacion, valen muy poco al lado de los que en la sencilla satisfaccion de una necesidad, se encuentran en la vida de los campos.

Salí al fin de aquel arenal, y aun llegué á alcanzar al re-