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DE MARBUECOS. 407

nia á darnos socorro, pero felizmente no le necesitábamos ya.

A las cinco dela tarde fondeúbamos al abrigo del peñon del Hacho, y nos aferrábamos con las dos anclas pára resistir el temporal, que seguia desatado, La bahía estaba atestada de buques, cuyos elevados mástiles se agitaban á impulso del viento, como débiles cañas que dobla el vencabál. Las cadenas de las anclas crujian-sacudidas por las olas: á cada paso era de temer que se rompiéran todas ellas y los buques se despedazáran chocando unos con otros: á cada instante era posible que perdiendo un huque sus amarras, viniera á pasarnos por ojo. El Cid perdió las suyas é impulsado por el viento, tuyo que salir á alta mar, donde anduvo perdido. Las ondas del mar se elevaban formando montañas ambulantes, que al romperse embravecidas en volcanes de espuma, barrian los adarves de la muralla de Céuta, Las chalanas y los botes se hacian pedazos contra el muelle: era, pues, imposible saltar á tierra, y mientras tanto nuestro huque se balanceaba de una manera espantosa y las angustias del mareo venian á hacer más intolerable nuestra posicion.

Esta tortura se prolongó tres interminables días con sus tres noches, más eternas aun, concluyendo con una crísis, digno epílogo de tal drama. Á las cinco de la mañana del día 9 estalló una tormenta que me permilió conocer toda la horrible grandeza que ostentan estas luchas gigantescas de los elementos, cuando el hombre tiene que sufrirlas desde un frágil leño. Nuestro buque, gran vapor de bierro con 300 toneladas de lastre, se balanceaba, juguete de las olas, como si fuera una leve pluma; mi camarote se columpiaba recorriendo un cuadrante como una péndola, pues el buque unas veces se sumergía en el agua hasta la borda y otras ense-