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22 LA CAMPAÑA

picos de Sierra-Nevada hasta las cumbres del Pirineo, desde Covadonga á Monserrat, y á tan heróico apellido se estreme- cieron de placer en sus tumbas las sombras ilustres de Pela- yo y del Cid, de la Católica Isabel y de Fernando el Santo.

Íbamos á reanudar la gloriosa historia de cuatro siglos, interrumpida desde la rendicion de Boabdil el Chico; Íbamos á devolver á los sectarios del Profeta la visita que á nuestra pátria habian hecho las bandas de Tarif; las espadas de To- ledo iban á cruzarse otra vez. con los alfanges de Damasco: íbamos á reverdecer los laureles de las Navas y el Salado, de Granada y de Lepanto; y al evocar tantos recuerdos de triun- fo y de gloria, el entusiasmo del pueblo español no veia obs- táculos, ni abrigaba dudas, ni reconocia imposibles.

¡Oh, qué hermoso espectáculo era el que entonces presen- taba nuestra amada pátria! ¡y cuán orgulloso se sentia el que tenia la honra de contarse entre sus hijos! ¡quién podia oir con indiferencia el grito de ¡guerra al moro! que, como el Dios lo quiere de Pedro el Ermitaño, removia las más nobles fi- bras del corazon, inflamando en sacro fuego á nobles y peble- yos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños! Entonces comprendimos muy bien el entusiasmo delos cruza- dos, porque todos lo sentimos.

En las cátedras del Espiritu Santo y en la tribuna de las Córtes resonaban los nobles acentos del más puro patriotis- mo; y ya las afortunadas legiones á quienes la pátria enco- mendaba su honra se encaminaban á las costas , entre los vi- vas y abrazos del entusiasmo popular, mientras la religion hacia descender sobre ellas la proteccion del Dispensador de las victórias, entre las bendiciones que los ungidos del Se- ñor daban á sus banderas.

Yo escuché aquel grito de guerra y entusiasmo, entre las rocas ceñidas de bosques, coronadas de niebla del monte Ara-