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DE MARRUFCOS. 2

lár y dela sierra de Andía; vi estremecerse aquellas monta- ñas nunca pisadas por el infiel y pintarse el entusiasmo y la ira en las severas facciones del fiero eskalduna, descendiente de los vencedores del Miramamolin en las Navas. Pocos dias despues alcanzaba la deseada honra de formar parte del ejército de Africa, y el 17 de Noviembre me embarcaba á bor- do del Provence, en la bahía de Alicante.

Este hermoso vapor era veterano; habia trasportado tro- pas francesas á Crimea y á Italia y estaba ya acostumbrado á sentir sobre su cubierta el arrastrar de los sables y el crajir delos cascos de los impacientes caballos; alli nos encontramos reunidos una porcion de oficiales y gran número de solda- dos, todos de diferentes cuerpos; iban además dos brigadas de acémilas : y aquella pintoresca variedad de trajes, me hacia pensar en las bandas de aventureros, que nunca han faltado en España para seguir en la más temeraria empresa á un Colon, á un Cortés, á un Pizarro. Íba conmigo el pri- mer ayudante don Eduardo Calleja, y llamaba la atencion en- tre tantos pintorescos uniformes un pasajero que vestia los negros hábitos talares; era un sacerdote, un misionero, que servia una pobre parroquia en Jas montañas de Cataluña; al oir el grito de guerra comprendió que en Africa habría mu- chos dolores que consolar, algunas almas que ganar para el cielo, é impelido por el espiritu del que transiit benefaciendo, habia repartido á los pobres su escasa hacienda y tomando el báculo del misionero, se venia con nosotros al Africa, no sa- biendo si al día siguiente tendría lo necesario para su susten- to, pero rico de fé y de caridad: ¿cree V. que los soldados españoles me negarán una cucharada de su rancho el dia que yo la necesite? decia con la plácida serenidad del que sabe que Dios dá de comer á las avecillas del aire que ni siem-