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DE MARRUECOS

demás Generales y de todos sus Estados Mayores, marchó con tan vistosa comitiva, y esta vez no vino la etiqueta á mantenernos alejados de la tienda árabe, donde estaban en congreso uno y otro jefe con los respectivos plenipotenciarios, sino que pudimos desde luego reunirnos con la numerosa comitiva árabe que al príncipe acompañaba.

Veíanse tambien, como la vez primera, los pendones encamados de la caballería marroquí y la bandera verde del Profeta; á la puerta de la tienda estaba Muley-el-Abbás con el mismo traje que en otra ocasion he descrito; á ambos lados formaban dos filas con respetuoso ademan los jefes de kabilas, de semblante atezado y fiero y talar vestidura y detrás se estendian en inmenso semicírculo los ginetes de la guardia negra, con el tarbuk rojo y el blanco albornoz.

Pero nada escitó tanto este dia nuestra atencion, como la presencia de un individuo árabe, á quien todos ellos tribulaban el más rendido homenaje; y que sin embargo, no debia ejercer cargo público, puesto que no entró en la tienda de los jefes.

Era un jóven mulato de fisonomía poco animada, en la cual se pintaba únicamente esa espresion de indiferencia triste que vemos en los retratos del Sultan Abdul-Medjid. No llevaba barba, y solo un lijero bigote sombreaba su labio un tanto abultado: tampoco vestia el traje tradicional de los musulmanes, sino que habia consentido en muchas de las concesiones que ha hecho aquel Sultan á la moda europea: así,

no ceñia su frente el respetable turbante, sino solo el tarbuk rojo; y en vez del ámplio albornoz blanco, llevaba un caftán de paño azul, cuya forma se aproximaba bastante á la de nuestro gaban. Manteníanse en pie de él

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