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DE MARRUECOS

de los balcones del Real Palacio, veía desfilar á las secciones sanitarias llevando en sus hombros aquellas benéficas camillas, tantas veces cubiertas de sangre y ahora coronadas de laurel y saludadas por S. M. la Reina, lo mismo que las banderas, cuando ví toda esta série de escenas que tanto contrastaban con las que hasta entonces habia presenciado, daba por muy bien sufridos todos los peligros y sinsabores de la campaña , y creía que nada me quedaba que descar en el mundo, despues de haber visto tan gloriosos dias.

Con esta grandiosa ceremonia quedaba disuelto el ejército de África, y coronada esa gloriosa epopeya de seis meses en que España supo demostrar al mundo, que en el pecho de sus hijos vive eterno é imperecedero el fuegó sacrosanto del patriotismo, y que cada vez que al honor de su pabellon se atente, florecerán los laureles de Sagunto y de Numancia, de las Navas y Lepanto, de Bailén y Talavera, como han reverdecido hoy con las grandes victorias de Vad-Rás, de Tetuán y Castillejos.

«No vive el hombre solo de pan» ha dicho la Escritura, y esta máxima es tan aplicable á las naciones como á los individuos: aquellas como estos necesitan, si han de alcanzar la perfeccion de su desarrollo, atender tanto á sus intereses en el órden moral como en el órden físico, porque solo en la armonía de unos y otros, pueden satisfacer la doble actividad, cuyos horizontes se abrieron al ser humano desde que la palabra del Creador reunió en él al barro terrestre con un destello inmortal emanado de la divina esencia. Como los individuos en la historia de las naciones, tienen estas tambien misiones providenciales que cumplir en la historia de la humanidad, y ¡ay de ellas si atentas solo al desarrollo de sus íntereses materiales, des-