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23 LA CAMPAÑA

tiene siempre fija sobre el campo infiel su glacial mirada. Apenas salté á tierra en el reducido muelle, donde se apiñaban en revuelta confusion los sacos de harina con los cajones de pólvora, los efectos de guerra y los bastimentos que diariamente llegaban de España, supe que ya el primer cuerpo de ejército se me habia adelantado, cruzando tres dias antes las aguas del Estrecho, y habia celebrado los dias de nuestra Reina, entrándose por tierras agarenas, conquis- tando en su magestuosa marcha todo el terreno que tan obs- tinadamente nos negaba el mal aconsejado Mobamed-el Katib é inaugurando gloriosamente la campaña de África con este primer triunfo y esta primera conquista (1). Al oír tan faus- tas nuevas, sentí el gozo inmenso que sentian todos los es- pañoles, aunque hubo de mezclarse con el sentimiento que me causaba el no haberme hallado en tal empresa, por más que mi insignificancia me pusiera á salvo de que algun otro Enrique IV pudiera. decirme: «ahórcate Crilion: hé vencido sin tí». Pends toi Crillon, Jai vaincu sans toi. Ganoso de que tal disgusto no se repitiera, trasponia poco despues los recintos fortificados de la plaza, y despues de atravesar fosos y puentes levadizos, entre callejones de negras murallas, pudieron espaciarse mí ánimo y mi vista al verme en el campo del moro. Todo allí era interesante para el que llegaba de España; el cuerpo de guardia en construccion, teterrima belli causa; el Otero, testigo de tan- tos agravios inferidos á nuestra honra; la línea divisoria, donde se enardecia el ánimo al contemplar roto y tirado por el suelo el pilar de piedra que sostenía nuestro escudo de ar-

(1) En la toma del Serralto cupo la suerte de estraer la primera bala de la campaña de Africa al se¿umio ayudante M. Valentin Sagrlez, en un saldado de oradores de Catalaña.