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LA CAMPAÑA

dicho, montaba durante el dia un batallon en la altura donde despues se construyó el reducto Francisco de Asís.

El General marchó al sitio del combate; las tropas de- signadas para entrar en fuego, subian alegres y presurosas, en apoyo de la guardia atacada; las demás estaban en for- macion delante de sus tiendas; los oficiales llevaban además del sable un báculo, indispensable apoyo para andar por entre aquellas breñas; las compañías de Sanidad conducian sus camillas, los oficiales Médicos iban con ellas trayendo á su lado el botiquin; y á mí me correspondió quedar con el Sr. Forns, encargado del hospital central de segunda linea, que ea tales casos se constituía en el Serrallo. Aquel dia te instalamos en una de las cuadras que están á espaldas de este edificio; abrimos allí el botiquia de brigada, prepararon vendajes los practicantes y quedamos esperando sin saber nada de la accion: solo oíamos las delonaciones, y veíamos coronarse de humo las alturas.

Pronto se nos presentó una camilla donde venia un sol- dado que habia recibido una bala en el antebrazo derecho; era el primer herido que yo veía en África, y pedi al señor Forns que me dejára curarlo: la herida podia llamarse de suerte, pues la bala habia penetrado en las carnes, sin romper hueso ni herir ningun vaso importante; asi que con bastante facilidad pude estraerta, haciendo una incision por el lado opuesto á su entrada,

Entonces sentí esa satisfaccion profunda, esa singular alegría, que solo le es dado sentir al Médico militar. Al desempeñar con lucimiento una funcion del servicio, los ofi- ciales de otros cuerpos del ejército, soto pueden esperimen- tar el contento de si mismos, que resulta del deber cumpli- do y el amor propio realzado, pero en el de Sanidad se