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LA CAMPAÑA

gando á verse completamente envuelto por una nube de enemigos, y obligado á batirse cuerpo á cuerpo de una manera desesperada, hasta que la llegada de los cazadores de Alcántara pudo librar á ese heróico batallon de una total derrota. Su jefe el Coronel Piniés habia muerto; el Comandante Ochotorena, mi paisano y amigo, estaba herido, é igual suerte habia cabido á un gran número de oficiales: los cadáveres que yacían en el sitio de la lucha, mostraban sobrado bien lo rudo de esta: alli estaban tendidos en revuelta confusion moros y cristianos, conservando unos y otros impresa en sus facciones la espresion de la última idea que al morir agitára su mente. Los cristianos tenian desfigurados sus rostros con horribles heridas de cortante gumía, y los moros acribillados sus cuerpos bayonetazos; la palidez marmórea de algunos, manifestaba á las claras, que el hierro enemigo habia penetrado en su corazon,

Yo contemplaba con intensa pena aquellas víctimas oscuras, cuyo nombre nadie sabe: que han dado á su pátria cuanto podian darla, la han dado su vida, sin que la historia pueda grabar en duradero mármol su ignorado nombre: solo alguna madre en algun oscuro rincon de España, derramará eternas lágrimas y pasará enlutada sus solitarios dias.

Contemplaba tambien la robusta contextura de los moros; aquellas formas atléticas, aquellos músculos de acero cubiertos con una piel bronceada, espuesta siempre á los ardores é intempéries del cielo, sin otro vestido que la chilaba rayada; aquellos rostros fieros con su cráneo afeitado, la barba escasa y áspera, la nariz aguileña y los pómulos salientes, que caracterizan la raza africana, y pintada en aquel semblante la sonrisa sardónica del que ha exhalado su postrer aliento viendo abrirse las puertas del paraiso y pregus-