chado! ¡Cómo me aterré cuando me agarró, diciendo:—«¡Acaso no creerias que fuera yo tan lógico!»—Me condujo ante Minos, el cual se ciñó ocho veces la cola en derredor de su duro cuerpo, y mordiéndosela con gran rabia, dijo:—«Ese debe estar entre los culpables que esconde el fuego.»—He aquí por qué estoy sepultado donde me vés, y por qué gimo al llevar este vestido.»
Cuando hubo acabado de hablar, se alejó la plañidora llama, torciendo y agitando su aguda punta.
Mi Guia y yo seguimos adelante, á través del escollo, hasta llegar al otro arco que cubre el foso donde se castiga á los que cargaron su conciencia introduciendo la discordia.
CANTO XXVII.
¿Quién podria jamás, ni aun con palabras sin medida, por más que lo intentase muchas veces, describir toda la sangre y las heridas que ví entónces? No existe ciertamente lengua alguna, que pueda expresar, ni entendimiento que retenga lo que apenas cabe en la imaginacion.
Si pudiera reunirse toda la gente que derramó su sangre en la afortunada tierra de la Pulla[1], cuando combatieron los romanos durante aquella prolongada guerra en que se
- ↑ Afortunada: antiguamente significaba combatida de borrascas.