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LA ENEIDA

al Dios Marte[1] que los Tracios cultivaban, y donde en otra època reino el feroz Licurgo. Antiguo hospedage de los Troyanos, pues mientras Troya fué feliz, eran pueblos aliados[2]. Llego å ella conducido por destinos adversos. En su curva playa echo los primeros cimientos de una ciudad que por mi nombre la llamo Eneada.

Haciendo un dia un sacrificio á mi madre Dione y á los Dioses protectores de las obras quevas, inmolaba en la ribera un blanco toro al soberano Rey de los inmortales, cerca de un collado que casualmente habia allí, en cuya cumbre se hallaba un vastagoso Coronillo y un mirto erizado de espesas ramas. Me acerco y procuro arrancar de la tierra un flexible gajo para cubrir los altares con frondosos ramos. Horrendo é inaudito prodigio se presenta entonces á mi vista; pues arrancando el primer arbusto, de sus rotas raices que quedaban en el suelo, destilan gotas de negra sangre que manchan la tierra con el corrompido humor. Un frio horror hace temblar mis miembros y mi sangre, helada por el pavor se para.

Otra vez procuro arrancar un tierno gajo de otro arbusto y penetrar las secretas causas del prodigio, y negra sangre corre tambien de su corteza[3]. Revolviendo diversos pensamientos en mi turbada fantasia, suplicaba á las silvestres Ninfas, al Dios Marte que proteje las campañas Gestas, que apartaran de mi tan horrible vista y templaran el sangriento anuncio. Mas cuando voy á arrancar con mayor empeño el tercer vástago, y estribo de