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LIBRO TERCERO

64 Arpía Celeno, siniestra en sus palabras, me anunció un nuevo prodijio, y me predijo sus tristes venganzas, y un horrible hambre. Cuáles son los primeros peligros que debo evitar? ¿Qué hare despues para poder superar tan grandes trabajos?". Heleno, entonces, como era de costumbre, sacrifica ante todo becerros; pide para mi el favor de los dioses; quítase las vendas de su sagrada frente, y tomándome él mismo con sus manos me conduce, oh Apolo! á tu templo, suspenso yo, tu deidad reverenciando. El sacerdote entono luego con sus divinos lábios estas fatidicas palabras: Hijo de una diosa! Es manifiesta la voluntad de los grandes númenes que vayas por la alta mar. Así el soberano de los dioses reparte los destinos: hace rodar los sucesos, y la série de ellos perpétuamente vuelve[1]. Para que mas seguro navegues en mares desconocidos y puedas llegar á los puertos de la Ausonia, de los muchos secretos del porvenir voy á descubrirte algunos: pues las parcas me ocultan los demás, ó la Saturnia Juno no permite á Heleno revelarlos. Lo primero: de esa Italia la cual, tú engañado, imaginas ya cercana, y á cuyos puertos te preparas á entrar creyéndolos inmediatos, un largo camino por dilatadas y desconocidas regiones te separa de ella. Fatigaras tus remos en las ondas de la Sicilia: surcarás con tus naves el mar de Ausonia, el lago del Averno, y costearás la isla Circe de Ea, antes que puedas en segura tierra fundar la ciudad prometida. Yo te daré señales