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LA ENEIDA

desde sus profundas cavernas. A este ruido la familia de los Ciclopes sale de los bosques y de los altos montes: corren al puerto y cubren la ribera. Vemos parados á todos los hijos del Etna, levantando hasta los cielos sus altas cabezas, amenazándonos en vano con su torvo mirar, ¡llorrible reunion! Tales cuales están las aéreas encinas en las cumbres de los montes, ó los coniferos cipreses en las altas selvas de Júpiter, ó en los bosques de Diana. El vehemente temor nos hace andar á prisa. De todas partes tiramos las cuerdas y tendemos las velas á los vientos creyéndolos á todos favorables. Pero los conscjos de Heleno nos habían prevenido huir de Scila y Caribdis, y que acercándose á la una ó á la otra la muerte es casi inevitable. Lo mas seguro era retrogradar con nuestros buques; pero en ese mismo momento el Boréas soplando del estrecho de Péloro, viene á nuestro auxilio.

Pasamos las bocas de piedra viva del Pantageo, el golfo de Megara y la baja Tapson. Estas riberas me mostraba Acquemenides, el compañero del infeliz Ulises, que otra vez las habia pasado.

A la entrada del golfo Sicanio hay una isla enfrente del undoso Plemmidio que sus primeros habitantes la llamaron Ortigia. La fama dice que el rio Alfeo de la Elida se abrió hasta aqui un secreto camino bajo del mar, y que ahora ¡oh Aretusa! corre confundido contigo en las aguas de la Sicilia[1], Como se nos habia ordenado, adoramos las grandes divinidades de este lugar, y de