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LIBRO TERCERO

alli costcamos las tierras fecundadas por las estancadas aguas del Heloro. Pasamos luego por muy cerca de las altas rocas del Paquino que prolonga sus peñascos dentro del mar. A lo lėjos aparece el lago Camarina que los Hados nunca han permitido que fuera disecado[1]; los campos Gelios y la horrible Gela llamada así por su rio.

El alto Acgragas, criador en otro tiempo de briosos caballos, ostenta desde lejos sus grandiosos muros. A ti tambien los vientos me hacen dejarte, Selino, en palmas fértil, y voy rayendo los duros vados del Lilibio y sus ocultas rocas. De allí las riberas y el funesto puerto de Depraneo me acojen, y aquí, despues de haber sufrido tantas tempestades en el mar, ; ay! perdi á mi padre Anquises, el alivio de todos mis cuidados y el consuelo en todas mis desgracias. Alli ¡oh padre querido! salvado en vano de tantos peligros, ¡ay! me desamparas rendido de fatigas. Ni el profeta Heleno cuando me anunciaba tan terribles desventuras, ni la cruel Celeno, me predijeron este duelo. Este fué mi último infortunio; éste el término de mis largos viajes. Saliendo de alli, un Dios me condujo á vuestras riberas.

De esta manera, el padre Eneas, atentos todos, referia sus destinos y les hacia saber sus peregrinaciones.

Calló, y habiendo acabado, se entregó al reposo.