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LA ENEIDA

¡Ah! por cuán diversos destinos se ha visto arrojado! ¡Cuántos combates sufridos hasta su fin nos ha contado! Si no tuviera en mi corazon fijo é irrevocable no unirme á nadie con el vínculo del matrimonio, despues que la muerte me dejó engañada en mi primer amor; si el tálamo y las nupciales antorchas no me fuesen ya odiosas, tal vez á esta sola culpa podria sucumbir[1].

Anal te lo confieso, despues del triste destino que tuvo mi esposo, el desgraciado Siqueo; desde que se regaron con su sangre mis habitaciones por la muerte que le dio su hermano, solo este ha movido mis sentidos, y ha hecho vacilar á mi alma. Conozco en mi rastros de la antigua llama; pero antes mas bien la tierra me abra sus abismos, ó el padre omnipotente me precipite con sus rayos entre las sombras, entre las pálidas sombras del Erebo y su profunda noche, que no te ofenda yo loh pudor! y quebrante tu ley. Aquel que primero se unið á mi, se llevó mis amores: que él los conserve consigo, y los guarde en su sepulcro ". Dijo asi, y un raudal de lágrimas inundó su seno[2].

Ana le responde: "¡Oh hermana mas querida que la vida! Siempre solitaria y dolorida has de consumir tu juventud? ¿No has de conocer los dulces hijos ni los goces del amor? ¿Crees honrar con esto las cenizas ó los manes ya encerrados en el sepulcro? Que sea asi; pero ya un tiempo ocupada solo de tu dolor no quisiste tomar á nadie por marido, ni primero en Tiro, ni