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LA ENEIDA

suelo estaba inundado con la sangre de las víctimas, y los pórticos adornados con guirnaldas de diversas fiores. Se dice que Yarbas, enfurecido é inflamado con la amarga nueva, hizo esta plegaria á Júpiter ante los altares y en medio de las estátuas de los Dioses, tendiendo humilde sus manos al cielo: "i Júpiter Omnipotente, á quien en sus convites la Mauritania gente, sentada ahora en sus bordados lechos, honra con libaciones de vino! Vės estas cosas?; Oh Padre mio! ¡es en vano el temor que te tenemos cuando lanzas tus rayos! Y los fuegos ocultos en la nube, por qué nos espantan, y para que hacen oir inútiles bramidos? Una mujer que peregrina en nuestras fronteras, fundo una pequeña ciudad comprándome el suelo, á quien di la ribera que posée para que la cultivara imponiéndole leyes en el rėjimen de ese lugar, desdeño mi mano y recibe en su reino por señor de ella á Eneas; y ahora este nuevo Páris entre una turba afeminada, con su barba y cabellos empapados de aceites[1], y ceñidos con la mitra Lidia, goza de su robo. ¿Para qué entonces llevar nuestras ofrendas á tus templos, y gloriarme con un renombre vano?".

El poderoso Dios oyó á Yarbas que así le suplicaba abrazado de los altares. -- Volvió los ojos á los reales muros y á los amantes olvidados de una mejor fama.

Al pronto habla con Mercurio y le da estas órdenes: "Vé, corre, hijo, llama los Cefiros; suelta tus alas y lleva por los lijeros aires mis palabras; habla al Gefe