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LA ENEIDA

nian la marcha. Ella, enfurecida y privada de su razon, recorre toda la ciudad cual Tyada exitada por las sagradas fiestas[1] de Baco, cuando los nocturnos alaridos del Cyteron la llaman, y la estimulan las trienales orjias al oir el nombre del Dios. Al fin acomete á Eneas con estas palabras: "¡ Pérfido! Pensaste poder ocultarme maldad tan grande, y callado retirarte de mis Estados: Ni te ha detenido nuestro amor, ni tu mano que en otro tiempo me diste, ni Dido muriendo por una cruel mucrte? Y aún con un cielo tempestuoso preparas tus naves y te apresuras á ir á la alta mar y por entre los crudos Aquilones! ¡Cruel! ¡que seria si no fueras á buscar tierras estranjeras y mansiones desconocidas! Si existiese la antigua Troya, irias á Troya con tus naves por un borrascoso mar? ¿Huyes de mi? Por estas lágrimas, por la fé que me juraste (ya que es lo único que á esta desgraciada le ha quedado), por los vínculos que nos unen, por nuestro matrimonio principiado; si fui digna de merecerte algo, si encontraste en mi alguna cosa que te fuera dulce, apiádate de esta desgraciada Reina, y de su imperio que se desploma. Si aún hay lugar á las súplicas, yo te suplico que renuncies á ese pensamiento.

Por ti me he hecho odiosa á los pueblos de la Libia y á los Reyes de la Numidia; por ti los Tirios están irritados; por ti perdi el honor y la fama que antes bastaba para elevarme hasta los cielos. ¡Oh.huésped! ya que este solo nombre me queda de un esposo, á quién me aban-