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LIBRO CUARTO

Buho se quejaba de continuo con fúnebre canto, y soltaba largos y tristes lamentos. Sobre todo, muchos presagios de antiguos adivinos la aterraban con horribles pronosticos. El mismo cruel Eneas se le aparece en sueños á ajitarla en su frenesi. Siempre se ve sola y abandonada; siempre le parece ir perdida en un largo camino buscando sus Tirios en las soledades. Cual Penteo en su delirio reia batallones de Eumenidas, y dos soles y dos Tebas[1] se le presentaban; d cual en la escena Oreste hijo de Agamenon, cuando espantado, huye de su madre armada de serpientes y funebres antorchas, y las furias vengadoras le esperan sentadas en la puerta del palacio.

„Vencida, pues, por el dolor y entregada á sus furores, se resuelve á morir. Medita dentro de si el tiempo y el modo de hacerlo: disimula en su rostro el propósito, y brillando la esperanza en su frente, llégase á su atlijida hermana y le dice estas palabras: "Hermana, felicitame.

He encontrado el medio para atraerle á mi, ó que me libre del amor que le tengo. Desde el fin del Océano, y desde donde el sol se pone, y está el último limite de los Etiopes; donde el grande Atlas revuelve en sus espaldas el cielo coronado de ardientes astros, se me ha presentado aqui una sacerdotiza Maciliana que guardaba el templo de las Hespérides, cuidaba que los santos ramos se conservasen en el árbol sagrado, y daba la comida al Dragon esparciendo adormideras y liquida miel. Ella