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LA ENEIDA

promete por encantos libertar de sus penas los corazones que quiera, y poner en otros amargos cuidados; hacer parar las aguas en los rios; retroceder los astros, y sacar los manes de los oscuros sepulcros. Tú verás mujir la tierra bajo sus plantas, y á su voz descender los olmos de las montañas. Te juro, cara hermana, por los Dioses, por ti, por tu vida que me es tan querida, que á mi pesar voy á tentar las artes majicas. Tú en lo interior del palacio levanta en secreto una hoguera al aire libre y por encima de ella las armas que el perfido dejó colocadas en mi dormitorio: todas sus prendas y el lecho conyugal donde yo perecí[1]. La sacerdotiza aconseja y manda destruir toda memoria del malvado!” Diciendo estas palabras se calla, y la palidez cubre su rostro. Ana no sospecha que su hermana en aquellos nuevos sacrificios ocultase sus funerales; ni puede concebir en su mente furores tan grandes, ni teme mayores cosas que en la muerte de Siqueo, y cumple al momento lo que se le ha ordenado.

En el lugar mas recóndito del palacio estaba levantada al aire libre una grande pira con pedazos de encina y resinosos pinos. La Reina la corona con fúnebres ramos; y entapiza con guirnaldas todo aquel sitio. Pone encima el lecho y sobre él el busto de Eneas[2], sus vestidos y la espada que habia dejado, cierta ella de la suerte que la espera. Los altares estaban al rededor de la hoguera, y la sacerdotiza con los cabellos esparcidos,