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LA ENEIDA

y los que adora vuestro huésped Acetes. Además, si la novena aurora trajese á los mortales un dia sereno, alumbrando al mundo con sus rayos, dispondrė juegos en los que las naves Troyanas se disputen en ligereza primeramente; y despues á cuál sca mas veloz en la carrera, • quién mas fuerte en la lucha, 6 quién sobresalga en arrojar el dardo y las lijeras flechas, 6 á quién se atreva á corrbatir el peligroso cesto. Que todos estén presentes y esperen los premios dignos de la victoria. Ahora guardad silencio y ceñid con ramos vuestras sienes"[1].

Dijo asi, y ciñe su frente con el mirto consagrado á su madre. Esto mismo hace Helimo, esto el anciano Acetes, el niño Ascanio, y todos los Troyanos los imitan. Eneas desde aquella reunion, se dirijió al sepulcro de Anquises en medio de inoumerable pueblo y seguido de un grande acompañamiento. Alli, segun el solemne rito, derrama en el suelo dos vasos de vino puro, dos de fresca leche, y dos de sangre consagrada[2], esparce escojidas flores, y así esclama[3]: "¡Salud, divino padre mio! ¡Os saludo otra vez, alma y sombra paterna, cenizas que en vano vuelvo á encontrar! No ha agradado al cielo que yo buscara con vosotras las rejiones de Italia, las falidicas tierras, ni el Ausonio Tiber, cualquier que sea.' Habia dicho esto, cuando de lo profundo del sepulcro se arrastra una grande y lustrosa serpiente desarrollando siete espirales, siete voluminosos anillos. Se enrosca apaciblemente alrededor del sepulcro y se des-