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LA ENEIDA

escabrosa boca, defendida por tenebrosos bosques, y por las negras aguas de un lago. Tal era el vapor que su oscura garganta exhalaba hasta la bóveda del cielo, que jamás las aves pudieron sin morir tender su vuelo por encima de ella, por lo cual los Griegos dieron á este lugar el nombre de Averno. La sacerdotiza manda ante todo, traer alli cuatro becerros de negros cueros, rocia con vino la frente de ellos, y cortando los mas altos pelos de entre los dos cuernos, los echa como primera ofrenda á las sagradas llamas, invocando en alta voz á Hecata, poderosa en el cielo y en el Erebo[1]. Unos degüellan las víctimas y reciben en patenas la tibia sangre.

El mismo Eneas inmola con su espada á la madre de las Euménides y å su grande hermana una cordera de negro vellocino; y á ti, Proserpina, una estéril vaca.

Luego levanta nocturnos altares al Rey del Lago Estigio; echa á las llamas las entrañas enteras de los toros, derramando sobre los abrasados intestinos abundante aceite.

Pero he ahí que antes que aparecieran los primeros rayos del sol, la tierra brama bajo sus plantas, comienza á sacudirse la cima de los bosques y ahullan los perros de Hecata en las oscuras sombras, anunciando que la Diosa llegaba."¡Profanos! grito la sacerdotiza, idos lejos, lėjos; salid de toda esta selva; y tú desenvaina la espada; marcha pronto: ahora Eneas es preciso mostrar gran valor y un corazon firme". Apenas acabó, furiosa