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LA ENEIDA

más en la portada mil monstruosas fieras: los Centauros, las Scilas de dos formas, Briareo de cien brazos, y la hidra de Lerna que horriblemente silva la Chimera vomitando llamas, las Gorgonas y las Harpias y aquella sombra de triple cuerpo[1]. Llegando alli Eneas lleno de súbito pavor, echa mano á su espada y presenta la punta de ella á las sombras que hacia él venian. Si su docta compañera no le hubiera advertido que aquellas eran sútiles almas sin cuerpo que vagaban bajo vanas imágenes, las hubiera acometido y habria en vano combatido con esos espectros.

De aqui parte un camino que conduce á las riberas del Tartáreo Aqueronte. Este es un torrente fangoso, cuyo fétido cieno hierve en vastos remolinos, y vomita en el Cósito todo su lodo. El hórrido Charon, cubierto de asquerosa suciedad cuida estos rios, y es el barquero de sus aguas: cuélgale una desaliñada y canosa barba; susinmóviles ojos despiden llamas: le cubre un inmundo manto pendiente de sus hombros con un nudo. El mueve el esquife con una vara, 6 ponele velas; y transporta los muertos en la mohosa barca. Ya es anciano: pero su ruda vejez vigorosa cual la de un Dios.

Hacia estas riberas toda la turba de las almas se agolpaba en tropel; las madres, las esposas, las sombras de los grandes héroes ivadas de la vida, niños, doncellas, los jóvenes puestos en la hoguera ante los ojos de sus padres, en tanto número, cual las hojas secas de los bos-