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LA ENEIDA

el duro pedernal, ó las rocas del monte Marpero. Al fin huyo de él con presteza, é indignada se metió en el umbroso bosque donde su primer esposo Siqueo, participando de sus penas, la corresponde con igual amor.

Eneas, no menos dolorido de tan triste suceso, la sigue por largo espacio, llorando y compadeciéndola.

Toma luego el camino que se le ha prescrito, y ya llegaban al término de la llanura donde, separados de los demás, vagaban los ilustres guerreros. Preséntasele alli Tideo, Partenope, ilustre en los combates, y la sombra del cobarde Adrástro[1]; los Troyanos muertos en la guerra que han sido tan llorados en el alto mundo. El gemia tiernamente al mirar aquella larga muchedumbre; á Clanco, Medon, Terciloco, los tres hijos de Antenor; á Polibetes sacerdote de Ceres, y á Ideo que aún conducia un carro y llevaba una armadura. Todas esas almas le rodeaban sucesivamente á derecha é izquierda: ni era para ellas bastante verle una vez: querian hasta detenerle, acompañar sus pasos y saber la causa de su venida.

Pero los gefes griegos y las falanges de Agamenon asi que vieron al héroe y sus armas que aún entre las tinieblas resplandeciaa, tiemblan de pavor. Los unos huyen como en otro tiempo corrian á las naves; otros principian á gritar, y su clamor al comenzar muere en sus abiertas gargantas.

Y allí tambien vio á Deifobo hijo de Priamo, todo su