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LIBRO PRIMERO

Océano. Tan vasta obra era fundar el pueblo Romano! Apenas perdian de vista la Sicilia, y llenos de contento soltaban las velas en la alta mar, haciendo saltar blancas espumas del salado elemento con el bronce de las proas, cuando Juno que guardaba en el fondo del corazon su eterna herida, deciase á sí misma: "¡Y qué! Yo vencida, abandonaré lo que he principiado! No podré apartar de Italia al Gefe de los Troyanos? ¿Por qué los Hados me lo privan?[1]. Y Palas pudo por la culpa de uno solo, por el delirio amoroso de Ayax, hijo de Oílico, incendiar la flota de los Griegosy sumerjirlos en el Ponto! Ella misma, lanzando desde las nubes el alado rayo, conmovió los mares con los vientos y disperso los buques. Arrebató á Ayax en un torbellino exhalando llamas de su herido pecho, y le clavó en la punta aguda de una roca.

¡Y yo que marcho cual reina de los Dioses[2], yo, la hermana y esposa de Júpiter, hago la guerra desde tantos años á una sola nacion! ¡Y quién querrá en lo sucesivo adorar la divinidad de Juno y poner humilde sus Ofrendas en mis altares!" Revolviendo la Diosa estos pensamientos en su inflamado corazon, llegó á Eolia, patria de las negras nubes, regiones preñadas de furiosos vientos. Allí el Rey Eolo en una ancha cueva reprime con absoluto imperio los vientos encontrados, las ruidosas tempestades, y los enfrena con cadenas en sus prisiones. Ellos enfurecidos andan bfamando en torno de la caverna, con grande es-