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LA ENEIDA

bra al rededor de su cabeza". Entonces el padre Anquises derramando lágrimas le responde: "No procures saber, ¡oh hijo! un lamentable duelo de los tuyos. Los destinos apenas le mostrarán al mundo y no permitirán que esté por mas tiempo en la tierra. ¡Dioses! la raza Romana os hubiera parecido demasiado poderosa, si no le hubierais quitado este presente de los cielos. ¡Cuántos gemidos resonarán por él en el campo y en la gran ciudad de Marte! ¡Dios del Tiber! ¡Cuánta pompa funebre presenciarás cuando tus ondas bañen la reciente tumba! Jamás joven de estirpe Troyana llevará tan lejos las esperanzas de sus abuelos los latinos; ni jamás la futura Roma tendrá un hijo de que tanto pueda gloriarse. ¡Ah! ¡qué piedad! ¡qué fé antigua! ¡qué brazo tan invencible en los combates! Cuando ciñera sus armas nadie se hubiera atrevido á combatir con él, sea que á pié buscara al enemigo, sea que fatigara con sus carcaños los hijares de un fogoso caballo. ¡Ah joven desgraciado! Si romper pudieras los crueles decretos de los destinos, tú serias Marcelo[1]. Dadme lirios á manos llenas para esparcir purpúreas flores sobre su sombra. Que á lo menos pueda prodigar este vano homenaje al alma de mi descendiente".

De esta manera andaban ellos recorriendo los diversos campos de aquella rejion de vastos aires y mirándolo todo. Despues que Anquises hubo mostrado á su hijo cuanto en ella habia, y encendido en su alma un vivo de-