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LIBRO PRIMERO

los flancos de la concava montaña. Los vientos amontonados se precipitan por do vieron puerta, barriendo la tierra en torbellinos. Se arrojan al mar, y el Euro, el Noto y el Aprico, criador de tempestades, le sublevan desde los profundos abismos, azotando las riberas con inmensas olas. Principian entonces los gritos de la gente y el crujido de las cuerdas. Las nubes en un momento arrebatan el cielo y la luz de la vista de los Teucros. Tenebrosa noche pesa sobre las aguas. Los cielos truenap. El Eter arde con rápidas y sucesivas llamas y todo presenta á los navegantes una muerte inevitable.

De repente, Eneas, enervados sus miembros de temor, suspira, y tendiendo al cielo sus dos manos se lamenta de esta suerte: "¡Oh, tres y cuatro veces afortunados aquellos que ante los ojos de sus padres les toco perecer bajo las altas murallas de Troya!¡On, hijo de Tideo el mas valiente de los Griegos! que yo no haya podido sucumbir en los campos de Troya, y que tu brazo[1] no me haya arrancado esta vida, alli donde cayó el bravo Héctor por la lanza de Aquiles, donde el grande Zarpedon, donde el Sinois arrastra en continuos vuelcos bajo de sus ondas los yelmos y los escudos y los ilustres cadáveres de tantos guerreros!” Mientras que así decia, una borrasca que bramaba con el viento hiere las velas de frente y lanza las olas á los astros. Quiébranse los remos: la proa se desvia, y la nave presenta el costado á las ondas. Levántanse entón-