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LA ENEIDA

terior del Reino de los Liburnos y pasar mas allá de la fuente del Timavo, que saliendo de nueve origenes con fuerte mugido de las montañas, cual un mar enfurecido, inunda aquellos campos con sus rujientes olas. Fundo al fin en Italia la ciudad de Pádua[1] para asiento de los Troyanos: dió al pueblo su nombre, colgó las armas de Troya y feliz descansa en dulce paz. ¡Y nosotros, tus hijos, á quienes prometistes los alcázares del cielo, perdidas nuestras naves ¡oh desgracia! sucumbimos á la zaña de una deidad y somos arrojados lejos de las costas de Italia! Es este el premio de la piedad? Así nos restituyes nuestro reinado?” El padre de los Dioses y de los hombres, sonriendo á Venus con aquel rostro que calma el cielo y las tempestades, dale á su hija un lijero beso y hablaba así: “No temas, Citerea. Los destinos de tus Troyanos permanecen inmutables. Tu verás la ciudad y las murallas prometidas de Lavinia. Tú llevarás por los aires al magnanimo Eneas á las mansiones del cielo. No he variado de resolucion. Pero que pues tales cuidados te asaltan, por gracia á ti te revelaré los arcanos del destino en toda su estension.

“Eneas hará en Italia una sangrienta guerra y domará pueblos feroces. Fundará ciudades y les dará leyes hasta que tres veranos le hayan visto reinar en el Lacio, y pasen tres inviernos desde que los Rótulos se hayan sometido. El niño Ascanio al cual ahora se le dá