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LA ENEIDA

destinada á un próximo incendio, no puede aquietar su alma, y consúmese mirando, agitada por el niño, igualmente que por los presentes. Él, despues de estar asido al cuello de Eneas, que le estrecha en sus brazos, y cuando hubo saciado el grande amor del falso padre se dirijió á la Reina. Dido fija en el sus ojos, fija toda su alma, le estrecha en su seno, sin saber que un poderoso dios se burla de la desgraciada. Cupido, acordándose de los deseos de su madrc Acidalia, principia à borrar poco á poco en el corazon de Dido la imágen de Siqueo, y procura soplar un vivo amor en estos sentidos desde tanto tiempo apacibles, y en un corazon de remisos fuegos.

Acabado el primer servicio y quitadas las mesas, ponen otra con grandes cráteras[1] coronadas de flores, y las llenan de vino. Resuena un grande ruido en el palacio.

Vuelan las voces por los portales y espaciosas salas.

Cuelgan lumbrosas lámparas de los dorados artesones que con sus llamas vencen las tinieblas. La Reina entonces pide la grande copa de oro y piedras, de la cual se habian servido Belo y sus descendientes, y la llena de vino.

Puesto todo en silencio, dice: "¡Oh Júpiter, pues que se dice que tu has dado las leyes de la hospitalidad, haz que este dia sea feliz para los Tirios y para los guerreros que han llegado de Troya, y que nuestros descendientes conserven su memoria. Y tú Baco que nos traes la alegria, Juno propicia, ayudad nuestros votos; y vosotros