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LA ENEIDA

mas enemigas, adonde me llama la triste Erisnnys, el ruido del combate, y los gritos que llegan hasta los cielos. Se ine une Rifeo y Epito indomable en los combates. Reconocidos á la claridad de la luna se juntan á nuestro lado Hipanis y Dymas, y el joven Chorebo, hijo de Mygdon, que inflamado de una violenta pasion á Casandra habia venido cabalmente en esos dias á Troya, y yerno ya de Priamo, le traia auxilio á él y álos Frigios.

¡Desdichado! que no oyó los consejos de una amante inspirada! Desde que yo los vi reunidos y dispuestos á combatir, les dirijo estas palabras: "jóvenes! ¡corazones en vano animosos! si vuestro deseo es seguirme cuando me atrevo á buscar una muerte cierta, ved á qué estado estamos reducidos![1]. Los Dioses por quienes este imperio existia, han salido todos abandonando sus altares y sus sagrarios. Defendeis una ciudad incendiada. Arrojémosnos en medio de los enemigos y muramos. Una salud hay para los vencidos, no esperar salud alguna."

Con estas palabras nuevo furor se enciende en el pecho de los jóvenes. Entonces tal como lobos depredadores cuando una rabiosa hambre les obliga á salir de sus manidas por entre oscura niebla, y los cachorros que han dejado los esperan secas ya sus fauces; por entre armas y enemigos corrimos á una muerte no dudosa. Nos dirijimos al centro de la ciudad. Una oscura noche nos cubre con sus negras sombras. ¿Quién po-