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ocurre la duda de si vive aún la escolástica, la metafisica la vieja rutina universitaria. Cuando se ve de y qué manera gobiernan, legiferan y administran « las clases directoras », salidas de la Universidad, hay motivo para pensar que su mentalidad ha sido falseada, o a lo menos no ha sido dirigida como recomendaban pedagogos como Rabelais, Čondillac, Diderot, Lakanal, etc.

Y no hablo de los alumnos nutridos y repletos de Syllabus y que ciertamente no depositan ese vade mecum a la puerta cuando entran en el colegio militar, ni cuando se les conffa el mando de los ejércitos o la dirección de las administraciones.

Cuando nos dejamos aún guiar tan fácilmente por las palabras : cuando aceptamos como argumentos irrefutables y hechos demostrados las ideas admitidas, los lugares comunes, las viejas fórmulas, las entidades; cuando el gobierno personal nos encuentra tan mansos; cuando permanecemos descubiertos ante la autoridad abusiva; cuando toda idea nueva nos halla todavía tan tímidos... no es permitido creer que la educación pública no ha repudiado enteramente todavía la sucesión de su vieja hermana sobre la sumisión servil, el respeto ciego, la represión de toda iniciativa y atrevimiento, la importancia del vocablo y del mito, la negligencia del hecho y de la realidad? Se ha dado ligeramente un gran paso declarando la instrucción primaria gratuita, obligatoria y laica, cerrando al cura la puerta de la escuela, creando colegios y liceos de niñas y señoritas...

Pero nadie ignora que se pueden enseñar muchos errores y tonterías de un modo gratuito, obligatorio y laico. Los programas, hasta los más cargados, no son suficiente garantía. Se puede ser instruído y tener una mentalidad falsa, y así se han visto asambleas compuestas de bachilleres y doctores que adoraban a un bandido coronado y causaban la desgracia del pas. El error es peor que la ignorancia, y ésta es invencible cuando ha costado mucho tiempo y muchas penas confirmarse en ella. Hay, pues, instrucción buena e instrucción falsa. Es evidente que el niño tiene derecho a la instrucción, que ese derecho impone un deber público; de donde resulta gratuidad y obli-

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