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reses de la clase dominante. Las civilizaciones antiguas fueron monárquicas o teocráticas y su supervivencia se prolongó en las escuelas, porque, en tanto que en la vida activa del exterior los hombres se desprenden de las opresiones antiguas, los niños, relativamente sacrificados, como las mujeres, en razón de su debilidad, han de sufrir por más tiempo la rutina de las prácticas antiguas. Ei tipo de nuestros manuales de educación existe hace ya miles de años, y se repíten aún casi en los mismos términos los preceptos « moralizadores » que en ellos se hallan. «Obedecer I»

tal es en el fondo la única moral predicada en un libro del príncipe Phalh-Hotep, redactado, quizá solamente reproducido, al fin de la quinta dinastia, es decir, hace más de cincuenta siglos, conservado en la Biblioteca Nacional de París. En obedecer, para ser recompensado por una larga vida y por la benevolencia de fos que mandan, consiste toda la sabiduría, de lo que el mismo príncipe autor se ofrece como ejemplo : « Àsí he llegado a la ancianidad en la Tierra; he recorrido ciento diez años de vida con el favor del rey y la aprobación de los ancianos, cumpliendo un deber con el rey en el lazo de su gracia », que es exactamente la misma moral reproducida después en el mandamiento puesto por Moisės en la boca de Dios: «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados sobre la tierra que el Eterno tu Dios te da .

La duración tenaz de las preocupaciones, que induce a confundir las relaciones afectuosas de la familia con los supuestos deberes de severidad de una parte y de estricta obediencia de otra, perturba la claridad de juicio relativamente a la dirección de las escuelas. Si la libertad ha de ser completa para cada hombre en particular, parece que los padres son perfectamente libres de dar a sus hijos la educación tradicional de castración y sumisión, lo cual no es exacto, porque el padre no puede atentar contra la libertad del hijo.

En sus relaciones sociales con sus semejantes, los hombres libres no pueden admitir en el padre un propietario legítimo de su hijo y de su hija, como, desde Aristóteles a san Pablo y desde los padres de la Iglesia a los Padres de la Constitución americana, se con-

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