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sideraba al amo como poseedor natural del esclavo.

Los confesores de la moral nueva han de reconocer el individuo libre hasta en el recién nacido, y le defienden en sus derechos contra todos y ante todo contra el padre. No hay duda que esta solidaridad colectiva del hombre de justicia con el niño oprimido es cosa muy delicada, pero no por eso deja de ser un deber social, porque no hay término medio: o se es campeón del derecho o cómplice del crimen. En esta materia, como en todos los asuntos morales, se plantea el problema de la resistencia o de la no resistencia al mal, y si no se resiste, se entrega de antemano los humildes y los pobres a los opresores y a los ricos.

Algunos educadores comprenden ya que su objetivo consiste en ayudar al niño a desarrollarse conforme a la lógica de su naturaleza, en hacer que florezca en la joven inteligencia lo que ya posee en forma inconsciente y en secundar estrictamente el trabajo interior, sin precipitación, sin conclusiones prematuras. No ha de abrirse la flor a la fuerza ni cebar el animal o la planta dándole antes de tiempo un alimento demasiado substancial. El niño ha de ser sostenido en su estudio por la pasión, y ni la gramática, ni la literatura, ni la historia universal, ni el arte pueden todavía interesarle; sólo puede comprender esas cosas bajo una forma concreta: la feliz elección de las formas y de las palabras, las relaciones y las descripciones, los cuentos, las imágenes. Poco a poco lo visto y oido le suscitará el deseo de una comprensión de conjunto, de una clasificación lógica, y entonces será tiempo de hacerle estudiar su lengua, de mostrarle el encadenamiento de los hechos, de las obras literarias y artísticas; entonces se apoderará de las ciencias de una manera diferente a la de la memoria y su naturalea misma solicitará la enseñanza comparada. Como los pueblos niños, la infancia ha de recorrer la carrera normal representada por la gimnasia, los oficios, la observación, los primeros experimentos. Las generalizaciones vienen después. De lo contrario, es de temer que se desflore la imaginación de los niños, que se gasten antes de tiempo sus facultades mentales, y que se les haga escépticos y estragados, que es el mayor de los males.

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