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CANTO OCTAVO

350 Juno, la diosa de los níveos brazos, al ver á los aqueos compadeciólos, y dirigió á Minerva estas aladas palabras:

352 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter, que lleva la égida! ¿No nos cuidaremos de socorrer, aunque tarde, á los dánaos moribundos? Perecerán, cumpliéndose su aciago destino, por el arrojo de un solo hombre, de Héctor Priámida, que se enfurece de intolerable modo y ha causado ya gran estrago.»

357 Respondióle Minerva, la diosa de los brillantes ojos: «Tiempo ha que ése hubiera perdido fuerza y vida, muerto en su misma patria por los aqueos; pero mi padre revuelve en su mente funestos propósitos, ¡cruel, siempre injusto, desbaratador de mis planes!, y no recuerda cuántas veces salvé á su hijo abrumado por los trabajos que Euristeo le impusiera. Hércules clamaba al cielo, llorando, y Júpiter me enviaba á socorrerle. Si mi sabia mente hubiese presentido lo de ahora, no hubiera escapado el hijo de Júpiter de las hondas corrientes de la Estigia, cuando aquél le mandó que fuera al Orco, de sólidas puertas, y sacara del Érebo el horrendo can de Plutón. Al presente Jove me aborrece y cumple los deseos de Tetis, que besó sus rodillas y le tocó la barba, suplicándole que honrase á Aquiles, asolador de ciudades. Día vendrá en que me llame nuevamente su amada hija, la de los brillantes ojos. Pero unce los solípedos corceles, mientras yo, entrando en el palacio de Júpiter, me armo para la guerra; quiero ver si el hijo de Príamo, Héctor, de tremolante casco, se alegrará cuando aparezcamos en el campo de la batalla. Alguno de los teucros, cayendo junto á las naves aqueas, saciará con su grasa y con su carne á los perros y á las aves.»

381 Dijo; y Juno, la diosa de los níveos brazos, no fué desobediente. La venerable diosa Juno, hija del gran Saturno, aprestó solícita los caballos de áureos jaeces. Y Minerva, hija de Júpiter, que lleva la égida, dejó caer al suelo el hermoso peplo bordado que ella misma tejiera y labrara con sus manos; vistió la loriga de Jove, que amontona las nubes, y se armó para la luctuosa guerra. Y subiendo al flamante carro, asió la lanza ponderosa, larga, fornida, con que la hija del prepotente padre destruye filas enteras de héroes cuando contra ellos monta en cólera. Juno picó con el látigo á los bridones, y abriéronse de propio impulso, rechinando, las puertas del cielo de que cuidan las Horas—á ellas está confiado el espacioso cielo y el Olimpo—para remover ó colocar delante la densa nube. Por allí, á través de las puertas, dirigieron aquellas deidades los corceles, dóciles al látigo.