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LA ILÍADA

210 Con estas palabras les excitó á todos el valor y la fuerza; y ellos, al oirlas, cerraron más las filas. Como el obrero junta grandes piedras al construir la pared de una elevada casa, para que resista el ímpetu de los vientos; así, tan unidos, estaban los cascos y los abollonados escudos: la rodela se apoyaba en la rodela, el yelmo en el yelmo, cada hombre en su vecino, y los penachos de crines de caballo y los lucientes conos de los cascos se juntaban cuando alguien inclinaba la cabeza. ¡Tan apretadas eran las filas! Delante de todos se pusieron dos hombres armados, Patroclo y Automedonte; los cuales tenían igual ánimo y deseaban combatir al frente de los mirmidones. Aquiles entró en su tienda y alzó la tapa de un arca hermosa y labrada que Tetis, la de argentados pies, colocara en la nave del héroe después de llenarla de túnicas y mantos, que le abrigasen contra el viento, y de afelpados cobertores. Allí tenía una copa de primorosa labor que no usaba nadie para beber vino ni para ofrecer libaciones á otro dios que al padre Júpiter. Sacóla del arca, y purificándola primero con azufre, la limpió con agua cristalina; acto continuo lavóse las manos, llenó la copa y puesto en medio, con los ojos levantados al cielo, libó el negro vino y oró á Júpiter, que se complace en lanzar rayos, sin que al dios le pasara inadvertido:

233 «¡Júpiter soberano, Dodoneo, Pelásgico, que vives lejos y reinas en Dodona, de frío invierno, donde moran los selos, tus intérpretes, que no se lavan los pies y duermen en el suelo! Escuchaste mis palabras cuando te invoqué, y para honrarme oprimiste duramente al pueblo aqueo. Pues ahora, cúmpleme este voto: Yo me quedo en el recinto de las naves y mando al combate á mi compañero con muchos mirmidones: haz que le siga la victoria, longividente Júpiter, é infúndele valor en el corazón para que Héctor vea si mi escudero sabe pelear solo, ó si sus manos invictas únicamente se mueven con furia cuando va conmigo á la marcial contienda. Y cuando haya apartado de los bajeles la gritería y la pelea, vuelva incólume con todas las armas y con los compañeros que de cerca combaten.»

249 Tal fué su plegaria. El próvido Júpiter le oyó; y de las dos cosas, le otorgó una: concedióle que apartase de las naves el combate y la pelea, y nególe que volviera ileso de la batalla. Hecha la libación y la rogativa al padre Júpiter, entró Aquiles en la tienda, dejó la copa en el arca, y salió otra vez porque deseaba en su corazón presenciar la terrible pugna de teucros y aquivos.

257 Los mirmidones seguían con armas y en buen orden al magnánimo Patroclo, hasta que alcanzaron á los teucros y les arremetieron