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CANTO DÉCIMOCTAVO

15 Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón, llegó el hijo del ilustre Néstor; y derramando ardientes lágrimas, dióle la triste noticia:

18 «¡Ay de mí, hijo del aguerrido Peleo! Sabrás una infausta nueva, una cosa que no hubiera de haber ocurrido. Patroclo yace en el suelo, y teucros y aqueos combaten en torno del cadáver desnudo, pues Héctor, el de tremolante casco, tiene la armadura.»

22 Así dijo; y negra nube de pesar envolvió á Aquiles. El héroe cogió ceniza con ambas manos y derramándola sobre su cabeza, afeó el gracioso rostro y manchó la divina túnica; después se tendió en el polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba los cabellos. Las esclavas que Aquiles y Patroclo cautivaran salieron afligidas; y dando agudos gritos, rodearon á Aquiles; todas se golpeaban el pecho y sentían desfallecer sus miembros. Antíloco también se lamentaba, vertía lágrimas y tenía de las manos á Aquiles, cuyo gran corazón deshacíase en suspiros, por el temor de que se cortase la garganta con el hierro. Dió Aquiles un horrendo gemido; oyóle su veneranda madre, que se hallaba en el fondo del mar, junto al padre anciano, y prorrumpió en sollozos; y cuantas diosas nereidas había en aquellas profundidades, todas se congregaron á su alrededor. Allí estaban Glauce, Talía, Cimodoce, Nesea, Espío, Toe, Halia, la de los grandes ojos, Cimotoe, Actea, Limnorea, Melita, Yera, Anfitoe, Agave, Doto, Proto, Ferusa, Dinámene, Dexámene, Anfínome, Calianira, Doris, Pánope, la célebre Galatea, Nemertes, Apseudes, Calianasa, Climene, Yanira, Yanasa, Mera, Oritía, Amatía, la de hermosas trenzas, y las restantes nereidas que habitan en lo hondo del mar. La blanquecina gruta se llenó de ninfas, y todas se golpeaban el pecho. Y Tetis, dando principio á los lamentos, exclamó:

52 «Oíd, hermanas nereidas, para que sepáis cuántas penas sufre mi corazón. ¡Ay de mí, desgraciada! ¡Ay de mí, madre infeliz de un valiente! Parí un hijo ilustre, fuerte é insigne entre los héroes, que creció semejante á un árbol; le crié como á una planta en terreno fértil y lo mandé á Ilión en las corvas naves para que combatiera con los teucros; y ya no le recibiré otra vez, porque no volverá á mi casa, á la mansión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del Sol está angustiado, y no puedo, aunque á él me acerque, llevarle socorro. Iré á verle y me dirá qué pesar le aflige ahora que no interviene en las batallas.»

65 Dijo, y salió de la gruta; las nereidas la acompañaron llorosas, y