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CANTO VIGÉSIMO

19 Respondióle Júpiter, que amontona las nubes: «Comprendiste, Neptuno, que bates la tierra, el designio que encierra mi pecho y por el cual os he reunido. Me curo de ellos, aunque van á perecer. Yo me quedaré sentado en la cumbre del Olimpo y recrearé mi espíritu contemplando la batalla; y los demás idos hacia los teucros y los aqueos y cada uno auxilie á los que quiera. Pues si Aquiles, el de los pies ligeros, combatiese solo con los teucros, éstos no resistirían ni un instante la acometida del hijo de Peleo. Ya antes huían espantados al verle; y temo que ahora, que tan enfurecido tiene el ánimo por la muerte de su compañero, destruya el muro de Troya contra la decisión del hado.»

31 El Saturnio habló en estos términos y promovió una gran batalla. Los dioses fueron al combate divididos en dos bandos: encamináronse á las naves Juno, Palas Minerva, Neptuno, que ciñe la tierra, el benéfico Mercurio, de prudente espíritu, y con ellos Vulcano que, orgulloso de su fuerza, cojeaba arrastrando sus gráciles piernas; y enderezaron sus pasos á los teucros, Marte, de tremolante casco, el intonso Febo, Diana que se complace en tirar flechas, Latona, el Janto y la risueña Venus.

41 En cuanto los dioses se mantuvieron alejados de los hombres, mostráronse los aqueos muy ufanos porque Aquiles volvía á la batalla después del largo tiempo en que se había abstenido de tener parte en la triste guerra; y los teucros se espantaron y un fuerte temblor les ocupó los miembros, tan pronto como vieron al Pelida, ligero de pies, que con su reluciente armadura semejaba al dios Marte, funesto á los mortales. Mas así que las olímpicas deidades penetraron por entre la muchedumbre de los guerreros, levantóse la terrible Discordia, que enardece á los varones; Minerva daba fuertes gritos, unas veces á orillas del foso cavado al pie del muro, y otras en los altos y sonoros promontorios; y Marte, que parecía un negro torbellino, vociferaba también y animaba vivamente á los teucros, ya desde el punto más alto de la ciudad, ya corriendo por la llamada Colina hermosa, á orillas del Símois.

54 De este modo los felices dioses, instigando á unos y á otros, les hicieron venir á las manos y promovieron una reñida contienda. El padre de los hombres y de los dioses tronó horriblemente en las alturas; Neptuno, por debajo, sacudió la inmensa tierra y las excelsas cumbres de los montes; y retemblaron, así las laderas y las cimas del Ida, abundante en manantiales, como la ciudad troyana y las naves aqueas. Asustóse Plutón, rey de los infiernos, y saltó del trono gri-