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LA ILÍADA

lo, y volaban poniendo la cabeza sobre el mismo. Diomedes le hubiera pasado delante, ó por lo menos hubiera conseguido que la victoria quedase indecisa si Febo Apolo, que estaba irritado con el hijo de Tideo, no le hubiese hecho caer de las manos el lustroso látigo. Afligióse el héroe, y las lágrimas humedecieron sus ojos al ver que las yeguas corrían más que antes, y en cambio sus caballos aflojaban, porque ya no sentían el azote. No le pasó inadvertido á Minerva que Apolo jugara esta treta al Tidida; y corriendo hacia el pastor de hombres, devolvióle el látigo, á la vez que daba nuevos bríos á sus caballos. Y la diosa, irritada, se encaminó al momento hacia el hijo de Admeto y le rompió el yugo: cada yegua se fué por su lado, fuera de camino; el timón cayó á tierra, y el héroe vino al suelo, junto á una rueda, hirióse en los codos, boca y narices, se rompió la frente por encima de las cejas, se le arrasaron los ojos de lágrimas y la voz, vigorosa y sonora, se le cortó. El Tidida guió los solípedos caballos, desviándolos un poco, y se adelantó un gran espacio á todos los demás; porque Minerva vigorizó sus corceles y le concedió á él la gloria del triunfo. Seguíale el rubio Menelao Atrida. É inmediato á él iba Antíloco, que animaba á los caballos de su padre:

403 «Corred y alargad el paso cuanto podáis. No os mando que rivalicéis con aquéllos, con los caballos del aguerrido Tidida; á los cuales Minerva dió ligereza, concediéndole á él la gloria del triunfo. Mas alcanzad pronto á los corceles del Atrida y no os quedéis rezagados para que no os avergüence Eta con ser hembra. ¿Por qué os atrasáis, excelentes caballos? Lo que os voy á decir se cumplirá: Se acabarán para vosotros los cuidados en el palacio de Néstor, pastor de hombres, y éste os matará en seguida con el agudo bronce si por vuestra desidia nos llevamos el peor premio. Seguid y apresuraos cuanto podáis. Y yo pensaré cómo, valiéndome de la astucia, me adelanto en el lugar donde se estrecha el camino; no se me escapará la ocasión.»

417 Así dijo. Los corceles, temiendo la amenaza de su señor, corrieron más diligentemente un breve rato. Pronto el belicoso Antíloco alcanzó á descubrir el punto más estrecho del camino—había allí una hendedura de la tierra, producida por el agua estancada durante el invierno, la cual robó parte de la senda y cavó el suelo,—y por aquel sitio guiaba Menelao sus corceles, procurando evitar el choque con los demás carros. Pero Antíloco, torciendo la rienda á sus caballos, sacó el carro fuera del camino, y por un lado y de cerca seguía á Menelao. El Atrida temió un choque, y le dijo gritando: