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LA ILÍADA

386 Contestóle el anciano Príamo, semejante á un dios: «¿Quién eres, hombre excelente, y cuáles los padres de que naciste, que con tanta oportunidad has mencionado la muerte de mi hijo infeliz?»

389 Replicó el mensajero Argicida: «Me quieres probar, oh anciano, y por eso me preguntas por el divino Héctor. Muchas veces le vieron estos ojos en la batalla donde los varones se hacen ilustres, y también cuando llegó á las naves matando argivos, á quienes hería con el agudo bronce. Nosotros le admirábamos sin movernos, porque Aquiles estaba irritado contra el Atrida y no nos dejaba pelear. Pues yo soy servidor de Aquiles, con quien vine en la misma nave bien construída; desciendo de mirmidones y tengo por padre á Políctor, que es rico y anciano como tú. Soy el más joven de sus siete hijos y, como lo decidiéramos por suerte, tocóme á mí acompañar al héroe. Y ahora he venido de las naves á la llanura, porque mañana los aqueos, de ojos vivos, presentarán batalla en los contornos de la ciudad; se aburren de estar ociosos, y los reyes aquivos no pueden contener su impaciencia por entrar en combate.»

405 Respondióle el anciano Príamo, semejante á un dios: «Si eres servidor de Aquiles Pelida, ea, dime la verdad: ¿mi hijo yace aún cerca de las naves, ó Aquiles lo ha desmembrado y entregado á sus perros?»

410 Contestóle el mensajero Argicida: «¡Oh anciano! Ni los perros ni las aves lo han devorado, y todavía yace junto al bajel de Aquiles, dentro de la tienda. Doce días lleva de estar tendido, y ni el cuerpo se pudre, ni lo comen los gusanos que devoran á los hombres muertos en la guerra. Cuando apunta la divinal Aurora, Aquiles lo arrastra sin piedad alrededor del túmulo de su compañero querido; pero ni aun así lo desfigura, y tú mismo, si á él te acercaras, te admirarías de ver cuán fresco está: la sangre le ha sido lavada, no presenta mancha alguna, y cuantas heridas recibió—pues fueron muchos los que le envasaron el bronce—todas se han cerrado. De tal modo los bienaventurados dioses cuidan de tu hijo, aun después de muerto, porque era muy caro á su corazón.»

424 Así se expresó. Alegróse el anciano, y respondió diciendo: «¡Oh hijo! Bueno es ofrecer á los inmortales los debidos dones. Jamás mi hijo, si no ha sido un sueño que haya existido, olvidó en el palacio á los dioses que moran en el Olimpo, y por esto se acordaron de él en el fatal trance de la muerte. Mas, ea, recibe de mis manos esta copa, para que la guardes, y guíame con el favor de los dioses hasta que llegue á la tienda del Pelida.»