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Sin tener quien los guie, pues encuentra
A Archeptolemo audáz, hijo de Iphito:
Le hace que cerca de él al carro suba,
Y le entrega las riendas en la mano.
Se hubiera visto alli un estrago horrible,
Y hazañas muy funestas y sangrientas,
Y hubieran sido entonces los Troyanos
Encerrados en Troya, como encierran
En un redíl rebaños de Corderos,
Si el Padre de los Dioses y los hombres
No lo hubiese advertido. En el instante
Horriblemente truena: reduplíca
Sus relámpagos fuertes, y despide
Un rayo formidable y encendido,
Que cae precipitado justamente
Al pie de los Caballos de Diomédes,
Donde el ardiente azufre excita entonces
Una llama terrible y horrorosa.
Los veloces Caballos espantados
Debaxo de su carro se consternan.
Huyen las riendas hechas con gran arte
De las manos de Nestor, y sorpreso
De espánto y de terror dice á Diomédes:
„Gran hijo de Tydeo, sin tardanza
„Dirije tus Caballos á la fuga.