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SUMARIO


Texto. — A los lectores, por D. Abelardo de Cárlos.— Revista general, por D. Luis Alfonso — Nuestros grabados, por D. Eusebio Matinez de Velas

co.—El abuelo de Fortuny, por D. José de Castro y Serrano.-Recuerdos de Italia: La hermosa Florencia, por D. Emilio Castelar.- La copla del

« aire », por D. Isidoro Fernandez Florez. — Revista teatral, pºr D. Pere grin Garcia Cadena. — Los dos cetros: A S. A. R. el Principe de Astúrias poesia ), por D. Ramon de Campoamor, académico de la Española.—Es tudios filológicos: Lel dialecto hispano-mozarabe, por D. F. J. Simonet, académico correspondiente de la Historia.—Necrología española, por O. y B. — Libros presentados en esta Redaccion por autores ó editores, por E. M. de V. — A los señores Suscritores. — Prólogo y muestras de un futuro libro en prosa y verso, titulado A nores y amoríos, por D. P. A. de Alar con.—Cartas parisienses, por D. Angel de Miranda. — El rico y el pobre (cuento popular), por D. Antonio de Trueba.—Anuncios.

GRABADOS — Sagunto (Valencia ): Proclamacion del Rey D. Alfonso XII por la briga la Daban, al mando del general Martinez Campos, el 29 de Diciembre de 1871. Cróquis de testigo presencial. ) — Retrato del te niente general Excmo. Sr. D. Arsenio Martinez Campos, iniciador en Sa gunto del alzamiento monárquico. — Avila: Estatu yacente del Principe D. Juan, en el convento de Santo Tomás.—Episodios del bloque o de Pan plona (cinco grabados), cróquis de D. N. Lagarde. — Un templo del arte: Interior de una parte del cºstudio de Mariano Fortuny, en Roma. ( De fo tografía.)—Guipuzcoa: El brick mecklemburgues Gustrº IVilhem, vara do en aguas de Zarauz y apresado por los carlistas. 1 Cróquis anónimno. ) Teruel: Villa de Cantavieja, depósito de prisioneros y almacen de viveres de los carlistas, tomada por la brigada Despujol. — Alegoría del Año Nue vo. Composicion y dibujo de J. Comba. ) — Madrid : Sillon de caunpaña del Emperador Cárlos V. (Armería Nacional, núm. 2.408. ) — Bellas Ar tes: El Evangelista San Mateo, último estudio de Rosales. —Judit recedo ra de Holofernes, copia de Andrea Mantegna. —A trío de la iglesia antigua de San Gunes de Mº Irid, copia del cuadro de D. Raimundo de Madrazo.

A LOS LECTORES

Permítase al Editor de LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA que, al abrir el sexto volumen de su obra, dirija algunas palabras al público en muestra de reconocimiento por lo pasado, y como programa de sus disposiciones para lo porvenir.

Desde que se decidió a establecer en España un periódico literario y artístico que elevase en este punto la consideración de nuestro país a la altura de los más adelantados de Europa y América, no se ha dado punto de reposo para promover y estimular los elementos de que una Empresa de esta índole debe estar dotada, si ha de corresponder dignamente a sus aspiraciones y propósitos. Venciendo unas veces obstáculos que parecían insuperables; a costa otras veces de enormes sacrificios, casi imposibles de apreciar para los que desconozcan las interioridades de estas tareas, La Ilustración ha seguido en progreso constante desde el primer día, como si las circunstancias que la rodeaban fuesen favorables para su curso. Hoy mismo, si una triste necesidad no nos obligase a consignar en sus páginas los horrores de una guerra civil, se creería al hojear nuestra revista que España, como otros países tranquilos, concedía preferente atención a las empresas artísticas y literarias. Tal es el favor con que gran número de personas mira la nuestra, en el deseo, sin duda, de esparcir el ánimo y distraerle de penosas preocupaciones. Por eso nosotros, lejos de entibiar, redoblamos nuestros esfuerzos, con el fin de hacernos cada día más agradables al público.

El año pasado, no teniendo ya nada que añadir a las condiciones materiales de La Ilustración, promovimos un Certamen artístico y literario para atraer hacia el periódico nuevos elementos con que reforzar los antiguos que ya existían. Visible ha sido para nuestros habituales lectores el resultado satisfactorio de esta prueba, sobre todo en su parte artística; y si la literaria no obtuvo éxito tan completo, quizá por nuestra propia culpa en dar excesiva extensión a la convocatoria, ha producido también muy apreciables trabajos que, con firmas hasta ahora desconocidas, han ido apareciendo en digno consorcio con los de las ya ilustres que de continuo honran nuestra publicación.

El respetable Jurado a quien sometimos el examen de las obras, nos indicó bien claramente en su luminoso informe el camino que debíamos seguir para lo futuro: así es que al intentar en el año presente la reproducción de aquel Certamen,


La muerte de un gran artista, del primero, sin duda, de nuestros artistas contemporáneos, al llenar de luto a La Ilustración, reclamaba de su Empresa honores excepcionales. Los últimos cuadernos del anterior volumen prueban la gran estima en que teníamos la persona de Fortuny: los del presente, a contar desde el que hoy se de a luz, probarán la admiración que tributamos a su genio. A más de haber demandado y conseguido de los artistas que más cariñosamente le trataban, recuerdos y alegorías en su honor, que en estos momentos están por obra, hemos adquirido el derecho de los propietarios de sus principales cuadros y dibujos, para reproducir en nuestras páginas lo que desgraciadamente no ha de poder contemplarse en nuestras galerías ni en nuestros museos. Con la prolijidad y exactitud, pero con la calma también que este género de trabajos exige, irán apareciendo en las columnas de La Ilustración durante el año actual los más bellos pensamientos del artista insigne que la patria y el mundo acaban de perder.

Finalmente, cuanto un buen deseo y una suma no despreciable de recursos proporcionan a una Empresa literaria y artística para corresponder a los favores del público, otro tanto emplearemos, sin escasear diligencia ni sacrificio, en el engrandecimiento y mejora progresiva de La Ilustración Española y Americana.

Abelardo de Carlos.


REVISTA GENERAL
SUMARIO.

Nuevo rey en nuevo año.— Esperanzas y temores. — Fiestas.—Una cena oportuna.—Observaciones.— Un gran discurso.—Beneficio y agasajo.—Teatros.—Un viva.

El 29 de Diciembre del año último (Q. E. P. D.), y a las doce de la noche, el café de La Iberia presentaba el animado aspecto que ofrece una colmena cuando todas las abejas elaboran la miel con no interrumpido susurro y aleteo. Apenas podía transitarse por entre los grupos estacionados junto a las mesas, ó que ya aumentando, ya disminuyendo, pero en actividad constante, se formaban por todos lados. Sido una conversación se oía; sólo de un asunto se trataba. Algunas fuerzas del ejército del Centro se habían sublevado al grito de Alfonso XII. ¿Era aquel un suceso aislado? ¿Era consecuencia de un vasto y temible plan? ¿Constituiría un sangriento episodio más en la historia de nuestras contiendas civiles? ¿Sería la explosión de un volcan largo tiempo comprimido y cuyas sordas trepidaciones hadan retemblar todo el sucio de España?

En la fisonomía, en las palabras, en el ademan de cada individuo de los que se hallaban en el café, reflejábase, así su opinión sobre los acontecimientos, como los grados de temor ó de esperanza, de fe ó de duda, que marcaban ascenso ó descenso en el termómetro de su ánimo.

Aquella noche y el siguiente día transcurrieron en Madrid en medio de la ansiedad y la expectativa generales. Nublábanse las frentes de los buenos patricios, que, fuese cual fuese su opinión, recelaban que el movimiento iniciado en Sagunto arrancase un nuevo jirón al desgarrado manto de nuestra patria, ó asestase un golpe mas a su ensangrentado seno.

Y el año 1874 espiraba al propio tiempo. En torno al lecho del moribundo agolpábanse los españoles, como alrededor de la mujer a quien la dicha de ser madre va sin duda a costar la existencia. Quizá en las últimas convulsiones de la agonía daría a luz el año infeliz un horrendo aborto que sólo espanto y desaliento infundiera, y que condensara aún unís las densas sombras de la muerte.

Por suerte no fué así; sin dolores ni padecimientos, esto es, sin luchas ni combates, el año abandonó dulcemente la existencia, dejando eh brazos de los que lo rodeaban el venturoso fruto que una feliz gestación bahía formado en sus entrañas.

Sobre la radiante aurora de 1875 se destacaba la esbelta figura del rey Alfonso, sin que la viva luz y el sereno horizonte de aquel risueño amanecer del año, lo empañasen, cual lluvia fatal, ni una gota de llanto, ni una gota de sangre.

Grato es, en verdad, enarbolar un estandarte que no ha ennegrecido la pólvora ni han desgarrado las bayonetas; y grato es también proclamar, cual con legítimo orgullo pueden proclamar los partidarios de la idea vencedora, que en seis años de continuadas y cruentas lides, ni una sola vez el acero fratricida y cruel ha sido empuñado a pretexto de esa idea; ni una sola vez el cañón ó el fusil han prestado su voz aterradora para victorear al príncipe expatriado.

Han sido las anuas el primer fundamento de su trono, y puede, no obstante, llegar basta él sin pisar un solo cadáver. En el voluminoso libro de la historia apenas se lee una semejante página.

Es joven el rey, muy joven; adolescente todavía; hállase en esa edad de transición en que se despiertan las ideas, nacen los sentimientos y alborean las pasiones. El ritmo del corazón vence aún al compás de la inteligencia; el árbol de la vida se matiza de flores, aun no se enriquece con frutos. Al abrir las alas para volar el espíritu por vez primera, halla ante sí el Príncipe los dilatados horizontes de una monarquía, y al romper su crisálida la mariposa, va a posarse, a guisa de flor, sobre la corona real de las Españas.

¡Bendiga el cielo a ese mozo gentil de regia estirpe que en los más hermosos días de su infancia perdió la luz y el calor del sol que le vió nacer; cuya cabeza ciñó, antes que la diadema real, la punzante corona del infortunio, y cuyo espíritu recibió un segundo y solemne bautizo en el destierro! ¡Bendígale el cielo, y a Dios plegue que al tornar al país que dejó, como el arca bíblica flotando sobre las mugientes aguas de la revolución, traiga, como la paloma del patriarca, el verde ramo de oliva, símbolo de la paz!...

Los mejores auspicios anuncian el reinado del Príncipe; su proclamación ha sido aceptada en España sin una sola protesta armada ó violenta; en el extranjero con unánime satisfacción. La prensa europea ha juzgado toda en general muy favorablemente su advenimiento al trono; los embajadores de las diversas potencias residentes en París el l.° de Enero acudieron a felicitarle; a la solemne inauguración del nuevo teatro de la Ópera en dicha ciudad ha sido convidado; el corresponsal de El Times publica una carta dando cuenta, en los términos más halagadores para D. Alfonso, de una entrevista verificada con él; el reconocimiento oficial de todas las naciones se realizará desde luégo. En suma, y para dicha del jóven monarca, su país, harto de discordias, le abre los brazos; los ajenos, hartos de presenciarlas, le prestan su apoyo. Ni una nube parece oscurecer el radiante horizonte del porvenir de Alfonso de Borbon.

No es así, sin embargo: por esa risueña via que cubre de flores el amor de sus partidarios crecen no pocas espinas y rastrean no pocas serpientes; el absolutismo, aun potente; los antiguos odios, áun vivos; el estado de la hacienda, aun angustioso; la insurrección cubana, aun temible; la actitud del país, áun recelosa.

Menester há el Rey de gran discreción, de elevados consejos, de francas indicaciones, menester há igualmente de ánimo esforzado y voluntad enérgica para vencer y salvar recios obstáculos.

Como Ricardo Corazón de León que tornó a su patria tras largo cautiverio y hubo de reconquistar su trono de las turbulentas facciones que lo cercaban; como Telémaco, que, combatido por contrarios elementos, erró a merced de su suerte por los mares, basta arribar a su patria y cumplir su destino; como Colon, que, tras peligros y penas sin cuento, llegó a clavar el estandarte español en las Américas; como éstos, el príncipe Alfonso ha de sufrir, ha de luchar y ha de vencer. Y aunque adolescente, aunque en el albor de su juventud, ya que la fortuna le ha designado para tan alto puesto, y ya que para llegar a él ha de recorrer un camino semejante al de los tres mencionados héroes, acompáñese constantemente de la espada como Ricardo; de la sabiduría como Telémaco; de la fe como Colón.

Cuantas poblaciones ha de visitar el Rey en su viaje apréstanse a celebrar su paso con festejos de mil formas; Valencia, que há poco celebró con artística pompa el cuarto centenario de la introducción de la imprenta (fué aquella ciudad la primera de España en que se imprimió un libro), se dispone a aumentar por varios modos su natural y espléndida belleza, para recibir al Monarca. Madrid, que le ha de dar albergue, se prepara a presentar digno hospedaje a tan noble huésped.

Tanto en Valencia como en Madrid ha predominado el pensamiento de celebrar con varias limosnas el fausto suceso. Y no puede menos de ser fausto si la caridad le presta el encanto sin par de la virtud.

Arcos, colgaduras, flores, iluminaciones, coronas, gallardetes, versos, palomas, saraos, festines, revistas, cabalgatas, cuantas formas de expresión halla el júbilo, el entusiasmo y la riqueza se combinan para festejar al Rey. ¡Así se combinen también la fortuna y la lealtad para afianzar su trono y bendecir su reinado!

Ya ha empezado a celebrarse en diversas partes, y por distintos medios, el triunfo de la causa que simboliza. Alfonso. Una de las pequeñas fiestas que le han sido dedicadas, áun ausente, es la que, en muy modesta forma, se verificó la noche del 30 de Diciembre en casa de los Barones de C. Las circunstancias especiales que en ella concurrieron la hacen digna de mención. Reúnense en aquellos salones los miércoles, y con carácter verdaderamente familiar, varios jóvenes de los que consagran sus tareas al teatro, a la prensa ó el arte. Folletinistas y autores dramáticos, poetas y músicos, pintores y periodistas se congregan allí en amigable círculo y leen y comentan composiciones.

Es poderoso aliciente de tan gratas veladas, de toda pretensión ajenas, el carácter alegre, comunicativo y franco del Barón, devoto también de las letras y a las que apela con éxito para vestir sus donaires, y el encanto singularísimo de la apuesta y distinguida dama, su esposa, a la que mi pluma, siempre « rergin da serco encomio », debe rendir igual tributo, asi a la bondad de sus sentimientos como a la claridad de su inteligencia. Para uno de estos miércoles literarios habíase dispuesto una cena exenta de lujo, aunque no de atractivo, que prolongase y animase más entre los habituales concurrentes, y a manera de cosa improvisada, aquellas halagüeñas reuniones. Juzgúese ahora cual sería el contento de la discreta dama en cuestión, que ha puesto todo el noble entusiasmo de su corazón a servicio del ausente y desterrado mancebo, al saber, momentos antes de comenzar la cena, que sin oposición ni lucha había sido proclamado el Príncipe.

Ocupó, pues, el centro de la mesa, a la que se sentaron también otras hermosas damas, y en torno a la cual reinaba la satisfacción íntima que el semblante de la Baronesa reflejaba. Y de aquel modesto banquete, presidido por la virtud, engalanado por la belleza, iluminado por el júbilo, cantado por la poesía, ensanchado por la cordialidad, brotó, cual de la violeta de los campos, el aroma mas sencillo y más puro que ha podido orear la frente del monarca.

Tienen por lo común todos los sucesos, áun los de la importancia del que trato, dos fases, y si es la una grave y solemne, es la otra grotesca y burlona. Ya que he consagrado a aquélla sendos párrafos, dedicaré a estas algunos, porque las satíricas observaciones que cabe hacer en