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entregóse por completo á Terpnus y púsose bajo la exclusiva direccion de éste á estudiar con un ahinco, un entusiasmo y una docilidad extraordinarios, los dos artes entónces inseparables de los romanos: la declamacion y la música.

El cuidado excesivo y hasta exagerado que Neron ponia en todo cuanto á sus facultades vocales hacia referencia, dará una idea exacta de su ferviente entusiasmo artístico.

Todas las noches al acostarse encajaba su estómago en un semicorsé, especie de peto formado por una tenue hoja de plomo, á fin de regularizar los movimientos respiratorios. Despertábase por la mañana, y su primera tarea ántes de entregarse á los ejercicios cuotidianos era sorber refrescos de todas clases y lubrificarse la laringe con ligeros vomitivos.

Odiaba la ensalada, las nueces y todo género de alimentos picantes; y si en verano, bajo los rayos abrasadores del sol de Italia, algun servidor de Neron hubiera presentado á su dueño y señor una de esas deliciosas bebidas frescas tan aceptadas y útiles en aquel país, el lago de las murenas ó el tormento de la crucifixion hubieran sido la recompensa del oficioso esclavo.

Estos penosos trabajos, voluntariamente impuestos y soportados con la mayor valentía y abnegacion, perfeccionaron al fin la voz del artista, hasta el extremo de darle alientos para presentarse en público. Pero el emperador de Roma no se atrevió á debutar ante su córte; el cantante no tenía bastante confianza en sí mismo y temblaba ante la idea de un fracaso; el artista creíase pequeño: tenía conciencia, tenía dignidad, tenía, en una palabra, miedo.

¡Oh, Neron, Neron, y tres veces Neron!

De entónces acá cuánto han cambiado los tiempos!

IV.

Estamos en Nápoles. Era una hermosa tarde de primavera; un sol resplandeciente alumbraba con sus tibios rayos los edificios de la hermosa ciudad; un gentio inmenso discurria alegre y animado por la anchurosa plaza donde los habitantes de Alejandría, atraidos allí por el comercio de víveres, herian el aire con sus ardientes coloquios cotizan do á alto precio los comestibles de que se surtia el pueblo napolitano, el país de los lazzaroni.

De tiempo en tiempo oíase allá en lontananza una sorda detonacion, y la ciudad toda, cual si un gigante oculto hubiérase complacido en moverla á su antojo, experimen. taba una brusca y violenta sacudida.

El pueblo de Nápoles, suspenso un momento por aquel fenómeno de la naturaleza, dirigia presuroso sus miradas al Vesubio; pero callábase el monstruo; las apagadas cimas del volcan seguian iluminadas por los resplandores opacos del astro del dia; renacia la confianza en aquella muchedumbre turbada un instante en sus faenas cuotidianas, y continuaba el mercado en medio de la mayor animacion y con una extraordinaria concurrencia.

De pronto, y á la hora segunda de la tarde, una multitud abirarrada, compuesta de todas las clases y categorías, in vadió apresuradamente el teatro.

El César de to los los romanos, el potente Emperador, sucesor de Claudio, hacía á Nápoles los honores de su debut. Neron iba á cantar!

Iba á cantar dos arias (?) El Parto de Canacé y Oréstes parricida [1]. No es mucho, pues, que el pueblo de Nápoles acudiese en tropelá saborear ávidamente las primicias del talento artístico de Neron.

Poco despues de las dos, y ante un lleno completo, apareció el artista, pálido, demudado, nervioso, sosteniendo á duras penas una preciosa lira que llevaba en la mano derecha. Dirigióse lentamente al Púlpitum, subió las gradas que á él conducian y derramó una mirada escrutadora sobre aquella inmensa muchedumbre que se hallaba pendiente de los labios del imperial tenor.

Satisfecho sin duda del exámen, Neron empuñó ya decididamente la lira, ejecutó con pausa el preludio y comenzó á cantar. Las primeras notas se abrieron paso trabajosamnente entre las cuerdas vocales del artista, oprimidas seguramente por el orgasmo; pero un ligero murmullo de aprobacion del auditorio alentó al cantante, y poco á poco la melopea fué destacándose limpia y clara con no poca admiracion de los espectadores y gran regocijo del augusto ejecutante.

De repente, una detonacion espantosa viene á interrumpir la atencion del público; el edificio experimenta una fuerte sacudida; un horrible movimiento de trepidacion se deja sentir en el teatro; las columnas vacilan sobre su base; la magnífica gradería de mármol se desgaja, y aterrorizado, convulso, jadeante, el público todo, impulsado por el instinto de conservacion, se levanta en masa.

Neron, impávido sobre el Pulpitum con la lira en la mano, majestuoso, extático, trasfigurado, perdida la mirada en las azuladas profundidades de la atmósfera y elevada el alma á las etéreas regiones de lo infinito, sostenia en aquel momento un sí bemol, jugando con él como un niño, manejando á su arbitrio la fuerza sonora, filando, en fin, la nota con incomparable maestría.

El escándalo del auditorio llamó su atencion: apagó el sí bemol, dejó caer la diestra mano que tañía la lira, alzóse sobre los piés y miró al público. Sublime mirada en la que iba envuelta la más acerba de las censuras contra los que fijan su atencion en las cosas terrenales con detrimento del arte! ¡Mirada de artista ofendido, reto admirable que la música, el arte, lo divino lanzaba á la naturaleza, al mundo, á lo humano!

El público recibió la mirada del cantante en medio del corazon, y sin vacilar ni un segundo volvió á sentarse tímido y silencioso, miéntras Neron lanzaba al viento sís bemoles y fermatas, grupetti y apoyaturas, ora gorjeando sentimental como un ruiseñor, ora ejecutando escalas, trinos y fioriture como Tiberini en Mathilde di Shabran. Un grito de admiracion, un huracan de entusiasmo acogió la cadencia final del vencedor del terremoto, y el ultra volcánico cantante pudo, al fin, saborear el triunfo completo que su debut le habia deparado.

Enardecido con este éxito colosal, aquel artista infatigable se pasó la semana cantando todos los dias durante cuatro y seis horas. Desde el teatro se dirigia al baño; bañábase apresuradamente y volvia en seguida al lugar de su triunfo. Allí, sentado en el patio, comia frugalmente en presencia de un pueblo numerosísimo, y en seguida, cítara en mano, dejaba oir su voz, que cada dia era más aplaudida.

En esta ocasion fué cuando Neron cometió una torpeza artística que más tarde pudo ponerse en parangon con el cúmulo de criminales torpezas cometidas por aquella fiera humana.

Nos referimos á la creacion del cuerpo de los Augustami que Neron organizó áraiz de su debut en Nápoles, cuerpo augusto cuyos individuos tenian por oficio aplaudir con entusiasmo siempre que cantaba el Emperador, y que han venido á ser en los tiempos actuales ni más ni ménos que los claqueurs en Francia y los alabarderos en España.

Para la corporacion Augustana Neron eligió los jóvenes mejor formados y más robustos, en número de cinco mil, y nombró jefes que reglamentáran ese ejército y lo instruyesen convenientemente. Estos jefes, á cuya cabeza se hallaba Burrho, preceptor de Neron, percibian un sueldo anual de cuarenta mil sextercios, próximamente veintisiete mil reales, y en cuanto á los soldados de fila, Suetonio dice que se les conocia por su espesa cabellera, su buena presencia y un anillo que llevaban en la mano izquierda.

¡Cuán léjos estaba Neron de medir la trascendencia que su malhadada invencion habia de tener en los tiempos presentes! Y si al ménos los alabarderos de hoy fueran tan diestros y prudentes como aquéllos! Si tuvieran como los Augustani un Burrho que los dirigiera!

Pero hagamos punto aquí, ya que el artículo se ha hecho de sobra pesado, y dejemos para el siguiente la interesantísima relacion de las proezas artísticas de nuestro cantante, á quien el éxito de su debut en Nápoles lanzó ya de lleno en la carrera lírico-dramática.

ANTONIO PEÑA Y GOÑI.
(Se concluirá.)
CARTAS NEW-YORKINAS.
New York, Junio de 1875

Á diferencia de los pueblos de nuestra raza, en donde la conmemoracion de los santos y la conmemoracion de los acontecimientos patrióticos se llevan una buena parte del año, sin dejarnos nada en recompensa del trabajo que se suprime y del tiempo que se desperdicia, este pueblo norte-americano es parco en dias de fiestas legales. Aquí no se suspenden los negocios ni se cierran las oficinas publicas sino el 1.º de Enero; el 22 de Febrero, aniversario del nacimiento de Washington el 4 de Julio, aniversario de la Independencia; el 25 de Diciembre, y el dia consagrado á dar gracias por la paz y la prosperidad de la nacion al Dios invisible, verdadero dispensador de todos los bienes. Este dia, realmente grande, es siempre un juéves del mes de Noviembre, y lo fija el Presidente de la República por medio de una proclama.

La costumbre, que en las sociedades en que circula la sangre inglesa es tan poderosa como la ley, ha añadido á este breve catálogo de festividades el 30 de Mayo, destinándolo al laudable, nobilísimo cuidado de ornar de flores y coronas las tumbas de los servidores y héroes muertos de la patria.

Bien merecen ser elogiados los que, en cualquier punto de la tierra, sepan honrar y enaltecer la memoria de los que pasaron por el mundo dejando ejemplos dignos de imitacion. Acaso no haya medio más eficaz para estimular á los que viven y para mantener levantado el prestigio de las virtudes públicas.

La ceremonia se ha llevado á cabo en este año con gran solemnidad. La calle de Broadway suspendió su agitacion y su estridente ruido, para dar paso á la extensa é imponente procesion militar, en cuya comitiva iban intercalados los restos vivientes de algunos de los cuerpos del ejército que sirvieron en la guerra de Méjico y en la guerra civil confederada, las viudas y huérfanos de los que perecieron en una y otra campaña. algunas reliquias históricas, y numerosos carros y coches cargados de flores y adornados con las listas y las estrellas del pabellon nacional. En medio del silencio, interrumpido sólo por el acompasado vibrar de las campanas de las iglesias y por los sones marciales de las diferentes bandas de música, resonaban los aplausos con que los espectadores de la larga carrera, apiñados en las aceras, saludaban los mutilados cuerpos de inválidos y las destrozadas banderas que las tropas del Norte usaron en la gigantesca lucha con el Sur.

La invocacion á Dios y los discursos, forma y principal esencia de todo acto publico en los Estados-Unidos, han precedido en todas partes á la colocacion de las flores. El orador que tomó la palabra en el momento en que veinte mil personas se congregaban á la entrada del parque de Brooklyn para adornar la estatua de Abraham Lincoln, es un oficial de la Union, que perdió ambas piernas en la guerra. En un cementerio de Louisville tocó pronunciar el discurso á Mr. Bristow, Ministro de Hacienda.

Pero la faz más interesante de este dia nacional en el espiritu de tolerancia, de fraternidad que reina en él. Federales y confederados honran en conjunto á sus héroes; y si los periódicos y los oradores hacen reminiscencia de la pasada discordia, no es sino para llamar e á un abrazo comun. Desde el Ministro Bristow hasta el orador de la más pobre necrópolis, todos han concedido encomios al valor y á la perseverancia con que los del Sur defendieron su causa. La floreciente ciudad de San Luis tuvo el consolador espectáculo de ver ocupando la tribuna, alternativamente, á un general federal y á un coronel confederado. Presidia la reunion el general Sherman, actual jefe del ejército,—el audaz capitan de quien la Confederacion recibió el golpe mortal, en aquella prodigiosa marcha que condujo las bayonetas del Norte hasta el corazon enemigo. En el sagrado sitio donde la tierra confunde ya la parte mortal de los que sucumbieron en adversarias lineas, los combatientes que sobreviven se daban seguridad solemne de la ingenuidad con que han estrechado el lazo de conciudadanos.

Miéntras que en esta especie de apoteósis era Abraham Lincoln el primero de los glorificados, en una d las Córtes judiciales de Chicago acababa de tener lugar una escena triste, relacionada intimamente con el nombre del ilustre Presidente.

El concurso de espectadores que se hallaba en la sala del Tribunal era mucho mayor que el de costumbre, y dominaba los ánimos una profunda impresion, á causa del asunto anunciado, cuando entraron la señora Lincoln, viuda del célebre Magistrado, su hijo y sus amigos más intimos.

La venerable matrona, que cuenta ya cincuenta y seis años de edad, venia modestamente vestida, y en apariencia estaba tranquila. Notóse que, al verla, un sentimiento de piedad sobrecogia á todos los presentes.

¡Cómo ha debido pesar en ese instante sobre aquellos corazones el recuerdo de los merecimientos del hombre que compartió su vida con la infeliz demente que acababa de presentarse!

El juicio versaba sobre la insania de la Sra. Lincoln. Su hijo Roberto refirió sentidamente al Jurado los actos de disturbio mental en que su madre incurre hace algunos años, y pidió que se le considerára legalmente incapaz de administrar sus bienes. En seguida hicieron su exposicion los médicos y los testigos, y retirados los miembros del Jurado al salon de consulta, volvieron á los diez minutos, llevando por veredicto la declaratoria de demencia de María Lincoln.

Silenciosa y reposada, la señora oyó todo el procedimiento sin manifestar desagrado. Ni siquiera emociones revelaba su fisonomía, aunque ella parecia tener conciencia de lo que se efectuaba. Pero cuando despues de pronunciado el veredicto se le acercó su hijo, tomándole la mano y hablándole tiernamente, ella mostró una expresion triste, dolorosa, y con un acento de reconvencion exclamó: «¡Oh, Roberto Pensar que esto lo hace mi hijo .....» Roberto Lincoln se llevó las manos á los ojos, y volvióse á un lado para ocultar su afliccion.

Á poco la enferma entraba en un coche, acompaña-

  1. La historia no dice si esta pieza siguió figurando en el repertorio de Neron despues del asesinato de Agripina.