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confesor reputado por su sagacidad y sabiduría, es cosa natural y verosimil; pero que, despues de una conferencia de seis horas salga tranquilo, convertido á la fe más ferviente y resuelto á consumar sacrificios espantables, superiores, por no decir contrarios, á las fuerzas humanas, é inconcebibles en un hombre de su carácter, es el colmo de la inverosimilitud. El heroismo moral en esas condiciones es, á nuestro juicio, totalmente imposible; pero si por excepcion no lo fuera, sería necesaria en quien lo llevase á cabo la fe robusta que trasporta las montañas, y esa fe no se adquiere tan fácilmente como supone el Sr. Alarcon.

Ademas, para hacer aceptable esta monstruosa inverosimilitud, era preciso pintar en el padre Manrique un prodigio de ciencia y de talento, un pozo de sabiduría, como dice el vulgo, y más tratándose de un jesuita, es decir, de un individuo de la asociacion religiosa que de más reputacion goza en este concepto, y á la cual tanto se empeña en glorificar el Sr. Alarcon. Pero desgraciadamente el autor de El Escándalo no ha salido airoso de esta empresa: su jesuita es un santo, pero dista mucho de ser un sabio; su célebre dictámen, que tan prodigiosos efectos obra en el ánimo del protagonista, no es más que un vulgar resúmen de hechos, una descripcion de caractéres harto conocidos y penetrados por Fabian Conde, y una serie de lugares que tienen más de comunes que de teológicos. Aquella plática vulgar, mejor sentida que pensada, no basta para convencer al más superficial de los ateos; cómo ha de ser suficiente para alcanzar de un incrédulo culto, distinguido, discreto, apasionado y vehemente, no sólo una conversion completa, sino una serie de espantosos sacrificios! Créalo el Sr. Alarcon: la Compañía de Jesus no debe quedarle muy agradecida, porque no es de agradecer el presentar como acabado modelo de la sagacidad y sabiduría que á sus miembros se atribuye, un tipo de teólogo tan vulgar y adocenado como el padre Manrique.

Más vale Lázaro, sin ser teólogo ni jesuita. Lázaro es un santo seglar, enérgicamente pintado, pero inútil, inverosímil y (aunque otra cosa deseaba el Sr. Alarcon) muy poco simpático. Su virtud ruda, intransigente, y á pesar de su aparente modestia, algo pretenciosa, tiene más de estoica que de cristiana, pues carece de ese delicioso perfume que se llama la caridad. Aparte de eso, Lázaro es imposible en lo humano. El ideal moral que en él ha querido personificar el novelista, podrá ser grande y bello, pero es inasequible para los mortales. Verdad es que esto acontece con casi todos los personajes de la novela, y de aquí que en ellos á la vez se admire lo grandioso y se reconozca lo falso. Esas virtudes no son ni pueden ser humanas. Constituirán acaso un ideal altísimo; pero hay en el hombre fuerzas y energias que lo repelen y que son más poderosas que él. Por eso, cuando se encarnan estos heroismos en personajes reales, admiran, deslumbran, sorprenden, pero no interesan, porque sólo interesa lo que es verdad.

Acontece con El Escándalo lo que con las novelas de Victor Hugo. El mundo que en ellas contempla el lector, poco ó nada tiene de comun con el que habitamos. Los personajes que á su vista aparecen son figuras vaciadas en el molde que produjo á los Titanes, pero nada tienen de humanas, á no ser la forma. Si por ventura pudiera admitirse su realidad, sería á título de excepciones, y no ha de constituirse con excepciones la obra de arte, si ha de ser interesante y dramática. Podrá el genio del autor dar á estas figuras, puramente ideales, tal relieve y colorido que su historia asombre y deleite; pero este éxito, debido á la magia del estilo, no impedirá el lógico é inmediato desengaño. Fabian Conde, en el último período de su vida, así como Lázaro, se han hecho en el molde que produjo á Juan Valjean, á Cuasimodo, á Gilliatt, á Gwymplaine, á todos los admirables engendros de Víctor Hugo, y son, como ellos, monstruos bellísimos, pero monstruos al fin.

¡Cuánto mayor interes despiertan otros personajes no ménos bellos, y más verdaderos! Tales son Diego, Gregoria y Gabriela, los tres caractéres más reales y perfectos de la obra. Diego es la gran figura de la novela; su concepcion más original, profunda y verdadera, obra maestra de observacion psicológica y de belleza artística. Diego es verdaderamente humano, es una figura de carne y hueso que vive con vida poderosa; es una individualidad acentuada y enérgica, un verdadero carácter. La figura de Diego basta para hacer la reputacion de un novelista.

Gregoria, con ser un personaje repulsivo y vulgar, es tambien una creacion perfecta; sorprendente por la verdad con que está retratada. Gabriela es la más feliz personificacion de ese amor ideal y puro, cuya pintura tan fácilmente peca de falsa ó de ridícula en la mayoría de las obras de arte. Tipo delicado é interesante, creacion verdaderamente adorable, ideal y real á la vez, Gabriela es una figura deliciosa, cuyo único defecto consiste en ser algo pasiva, merced á la escasa intervencion directa que el Sr. Alarcon la ha dado en la marcha de la accion, lo cual, sea dicho de paso, se debe, como otras muchas cosas, á la desacertada forma de exposicion á que ántes nos hemos referido.

Tanto en la pintura del carácter de Gabriela como en el resto de la obra ha sabido evitar el Sr. Alarcon un escollo en que tropiezan casi todos los dramáticos y novelistas. Tal es la pintura de la belleza moral, la pintura del bien y de la virtud. Pintar el mal, hacerle dramático, interesante y hasta bello, es, en efecto, cosa muy fácil: el sinnúmero de admirables personificaciones del crímen y del vicio en que abundan todas las literaturas, lo prueba cumplidamente. Pintar el bien, la virtud, el amor puro, sin caer en la frialdad ó el amaneramiento, sin hacer que el bien desmerezca, bajo el concepto artístico, en su comparacion con el mal, es empresa harto más difícil. Por regla general, la virtud se presenta en dramas y novelas de un modo tal que se hace empalagosa ó antipática. Encárnase en figuras frias, monotonas, desvaidas, sosas, que quedan muy por bajo de las enérgicas é interesantes personificaciones del mal con que batallan, á tal punto que cuando llega el desenlace y el mal sucumbe, casi produce pesar el triunfo de aquella descolorida y fria virtud. Pintase una mujer honrada, una virgen pura é inocente, y la primera es casi siempre una mogigata huraña y arisca, y la segunda una imbécil, ó á lo sumo una visionaria, resultando de aquí que la cortesana discreta, enérgica, apasionada, parece mil veces más simpática que semejantes tipos. De este temible escollo se ha librado con sumo acierto el Sr. Alarcon. Su Lázaro es enérgico, vigoroso, lleno de vida, aunque inverosimil; su Gabriela es inocente y purisima, pero no visionaria, mogigata ni ridícula. El bien es en El Escándalo tan dramático é interesante como el mal, y la belleza moral se muestra íntimamente unida con la belleza artística. El mismo padre Manrique, con ser el carácter más endeble de la obra, no se parece á esos sempiternos é insufribles sermoneadores que suelen presentar en escena dramáticos y novelistas cuando quieren retratar el tipo del sacerdote ejemplar y virtuoso. Hay, sin embargo, en él alguno que otro detalle (y asimismo se observa en algunos pasajes de la obra) que podrá ser muy edificante, pero que es de dudoso gusto bajo el punto de vista literario.

Y ya que de este personaje hablamos, séanos lícito protestar contra ciertas gratuitas y ofensivas afirmaciones que en sus labios pone el Sr. Alarcon. Tales son suponer que la incredulidad y la inmoralidad son inseparables compañeras, y empeñarse en identificar la fe y el sentimiento religioso con una determinada religion positiva. Ni el Sr. Alarcon ni nadie tiene derecho para lanzar tamañas acusaciones. No es cierto que todo incrédulo sea inmoral necesariamente; ántes lo es (y la experiencia diaria lo comprueba) que en un mismo sujeto pueden hermanarse perfectamente la incredulidad más absoluta y la moralidad más irreprochable.

No queremos ventilar aquí cuestiones filosóficas ni teológicas, ni intentamos ofender en lo más mínimo piadosos sentimientos; pero tampoco podemos consentir que de persona tan ilustrada como el Sr. Alarcon partan tan gratuitas afirmaciones. Para defender la fe no es necesario insultar á los que de ella carecen; para encomiar las excelencias del cristianismo no es necesario identificarlo con la religion misma. Podrán ser erróneas todas las religiones que de él se aparten; pero no es lícito sostener que en ellas no alienta el sentimiento religioso, como puede inferirse del empeño de identificar á la religion con el catolicismo. Dígase en buen hora que éste es la única religion verdadera, mas no por esto se niegue todo carácter de religion á las restantes. Afirmese que es el sentimiento religioso sólida garantía de la moral, mas no se imprima afrentosa marca en la frente de los que de él carecen.

Mucho podriamos decir todavía acerca de las doctrinas morales y filosóficas de esta novela, y mucho y muy grave se nos ocurre acerca del valor que para la vida tengan; pero los respetos y consideraciones que nos detienen, como el lector habrá comprendido, nos impiden entrar en mayores detalles. Baste decir que el Sr. Alarcon nos gusta mucho más como artista que como filósofo, sin que esto obste para que reconozcamos de buen grado que el ideal moral que desarrolla, con ser inaceptable á nuestro juicio, reviste á su obra de verdadera grandeza y la hace rayar en ocasiones en lo sublime.

Resumamos, pues: una idea profunda y verdadera; un fin moral; un ideal altísimo, aunque inasequible y extra-humano, que da grandeza á la obra y á veces la quita interes y verdad; una accion dramática é interesante; tres caractéres de primer órden (Diego, Gabriela y Gregoria); otros hermosos, pero falsos (Lázaro y Fabian, en la conclusion de la obra), y un estilo y lenguaje superiores á todo encarecimiento, tales son los méritos de la novela que hemos examinado.

La inverosimilitud de algunas situaciones; la falsedad de algunos caractéres; la inutilidad ó escaso valer de otros; la falta de inventiva revelada en la historia de Lázaro; la absurda conversion del protagonista; la inconveniente forma adoptada para la narracion, y las doctrinas exageradamente ultramontanas que ahora privan en el ánimo del Sr. Alarcon, tales son tambien los defectos de El Escándalo. Graves son, sin duda, é imperdonables algunos; pero á pesar de todo, ni bastan á oscurecer sus bellezas ni impiden que esta novela produzca en el ánimo impresion gratisima, tanto por la grandeza moral que la penetra, como por lo admirable de algunos de sus personajes y lo acabado y perfecto de su forma literaria.

Por eso, sin negar sus faltas, ántes censurándolas severamente, la consideramos como un verdadero acontecimiento literario.

Un aplauso, para concluir, á los Sres. Medina y Navarro por la elegante edicion de El Escándalo, edicion que honra á tan activa é ilustrada casa, por muchos conceptos benemérita de las letras españolas.

M. DE LA REVILLA.

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AGUAS y BAÑOS MINERALES DE GALICIA.

Las Provincias Vascongadas, punto de recreo para los enfermos de cuerpo ó de espiritu, y exposicion permanente para todos los gustos y para toda clase de gastos, se ven actualmente privadas de la colonia castellana, base de grandes recursos y de sorprendentes ganancias. Las aguas minerales y las cartas de..... la baraja atraian sobre aquella tierra las miradas de los dolientes, los inmoderados deseos de los jugadores y los suspiros de las más bellas criaturas de la clase media. Pero los vascongados, á pesar de su tranquilidad y de su fortuna, prefirieron la vida aventurera, la clausura de celebrados establecimientos balnearios, la destruccion de obras artísticas de señalada grandeza, el incendio de millares de viviendas, la pérdida de cosechas y la limitacion por espontánea iniciativa de sus santas y venerandas libertades. Bien dice el adagio que nadie está contento con su suerte. Aquellos habitantes, modelos de sobriedad, de trabajo y de candor, que gozaban y vivían tranquilos, resignados y satisfechos, lucrándose honradamente de propios quehaceres y de ajenos antojos, se encuentran hoy sin hogar, sin mobiliario, errantes por los montes y los bosques, extraños á las dulces afecciones de la familia, sólo encariñados con el espiritu de destruccion y de sangre que produce la guerra civil, la peor de las guerras posibles.

Era de ver, ántes de ahora, los establecimientos balnearios de Arechavaleta, Cestona, Elorrio, Santa Agueda, Alzola, Oyarzun, Escoriaza, Azcoitia, Zaldivar y ciento más, ocupados por concurrencia adinerada y numerosa, que iban alli por exigencias de la moda, por el deseo de mejorar ó por el afan de perder.

Pues bien: siendo teatro de la guerra el territorio vasco-navarro, los enfermos de verdad y los que sólo suelen estarlo periódicamente en verano buscan en otras provincias el remedio verdadero ó aparente á sus males. ¿ Dónde dirigen sus miradas? A la risueña Andalucía y á la florida Galicia. Pero como en Andalucía la canícula deja sentirse con harta intensidad, los más se dirigen á las provincias de Galicia, seguros de no encontrar tantas comodidades como en las Provincias, ni casinos tan espléndidamente decorados, á costa de los inocentes, como los ya suprimidos de Fuenterrabía ó San Sebastian. Indudablemente en Galicia la vida es más modesta, como modestos son sus habitantes; el lujo, el comfort y los placeres de la mesa ménos refinados que en